¿A cuánto está el Kipling? Una investigación infame

8 de octubre de 2008
El verdadero rostro del hambre


Cada vez es más frecuente que cuando desde esta sección recomendamos algún libro a nuestros sufridos lectores o cuando, a altas horas de la noche, pontificamos en la barra del bar con el instrumento de pensar en la mano, nos topemos con la misma respuesta: "¡Para libros estoy yo! Con la que está cayendo…" ¿Pero son realmente caros los libros? Umh… pues sí y no, así de claro. Como alguno nos reprocharía esta doblez nuestra, decidimos liarnos la manta a la cabeza y gastar suela en busca de respuestas.

Nuestra primera parada es una gran superficie (pongamos que los dependientes llevan un chalequito verde repleto de chapas indies). ¿Cuánto nos costaría hacernos con una obra de éxito popular (11ª edición, oiga) como podría ser 'El pensamiento negativo' del juntaletras televisivo conocido como Risto Mejide? Bueno, pues si nos encontrásemos en una charcutería y preguntásemos '¿a cuánto está el Risto?', les tendríamos que contestar que la página de Risto está el doble de cara que la de Rudyard Kipling y casi cuesta cuatro veces más que la del Vasili Grossman de 'Vida y destino'(!). Para que nos entiendan: es cómo si la mortadela (aunque tenga la cara de Mickey Mouse) costara el doble que la paletilla ibérica. Y eso por no hablar de lo económico del formato bolsillo... Primera conclusión: los libros buenos nunca son caros, los malos sí lo son.

Pero no seamos ventajistas (¿será la influencia de Mercedes Milá?) y sigamos con nuestro sondeo. La siguiente parada es una librería de segunda mano de las muchas que hay en nuestra ciudad. Cada día nos cuesta más encontrar a nuestro librero de lance. Y no porque se mueva demasiado (su familia lleva varias generaciones dedicada al libro de segunda mano, nos repite siempre que se achispa), sino por la cantidad de libros que inundan su tienda, un habitáculo que más parece una burla al espacio que una librería. A pesar de que la colección de clásicos grecolatinos amenaza con sepultarle y que la sección dedicada a la Guerra Civil ha ocupado ya parte del cuarto de baño a él no parece importarle: "Estos son buenos tiempos… cuando hay dificultades lo primero que hace la gente es deshacerse de sus libros y votar a la derecha". Tras un poco de husmear nos llevamos a casa 'El amante de Lady Chatterley' de D.H. Lawrence y 'Si te dicen que caí', de Marsé, por un euro cada uno. Segunda conclusión: sé un ejecutivo agresivo en el Rastro. Si todo el mundo vende… ¡compra!

Pero si has optado por desempolvar la tarjeta de los supermercados Día y no gastar un euro en nada que no sea comida y papel higiénico siempre te quedarán otras salidas. La primera sería redescubrir que la biblioteca no es sólo el lugar donde hacen de vientre los sin hogar (Peter Griffin dixit) y la segunda la tienes delante de tus narices: internet. Puedes descargarte miles de libros gratuitamente en direcciones como Google Books, Proyecto Gutenberg o Cervantes Virtual. Lo que nos lleva a la tercera y última conclusión: ¡leer es gratis! (como bien dice nuestra compañera Delia).

Y como no te queremos dejar sin alguna recomendación que echarte a la boca, te proponemos tres libros al hilo de lo que hoy estamos tratando (aunque sea sólo por aquello de que 'mal de muchos…').

John Steinbeck: 'Los vagabundos de la cosecha' (Libros del Asteroide, 2007). Este libro nace de una serie de airados reportajes que su autor dedica al masivo éxodo de miles de familias a consecuencia de la Gran Depresión y la sequía. Las fotografías de Dorothea Lange y el texto del autor de 'Las uvas de la ira' son una cruda denuncia de un sistema que permitió que la crisis se cebara con los eslabones más débiles de la sociedad norteamericana.

George Orwell: 'Sin blanca en París y Londres' (Destino, 2001). Un viaje iniciático a los bajos fondos de Europa que contribuyó decisivamente a la toma de conciencia del escritor británico. En su posterior 'El camino a Wigen Pier' Orwell denunciará la miseria en la que viven sumidos los barrios obreros de Inglaterra. Un autor lejos de agotarse con 'Rebelión en la granja' o '1984'.

Günter Wallraff: 'Cabeza de turco' (Anagrama, 2007). Este retrato de la abyección supuso un directo a la conciencia de la sociedad alemana de los años 80. Durante dos años este escritor se hizo pasar por un trabajador turco para denunciar las múltiples vejaciones a las que podían ser sometidos los parias del cacareado 'sistema del bienestar' (jodido, añado).

Publicado en soitu.es (01-10-2008)

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Distópica madre Rusia

21 de septiembre de 2008

Sylvia Vivanco, la ilustradora "del partido"

Andrey Komyaga es uno de los hombres más poderosos de Rusia. La orden a la que sirve garantiza la seguridad y la inviolabilidad del territorio de la Madre Rusia, y limpia a conciencia la sociedad para eliminar los restos impuros e infieles con la Patria. Ellos han devuelto al país la gloria y el esplendor de tiempos pasados. Su cometido es uno de los más importantes para asegurar la estabilidad, y consiste en tareas tales como asesinatos, violaciones, robos, asaltos, estafas, chantajes, sobornos… Andrey Komyaga es un oprichnik, y en estos tiempos (corre el año 2027), eso significa que el país entero está a sus pies y nada podrá detenerle.

Es lo que podemos leer en 'El día del oprichnik', de Vladimir Sorokin, editada en nuestro país por Alfaguara. En ella asistimos a un día en la vida de Andrey Komyaga, perteneciente a la Oprihcnina, la antigua orden de Guardias Personales que instauró Iván el Terrible. En el segundo cuarto del siglo XXI, Rusia se ha aislado de Occidente mediante una Gran Muralla en los Urales y se ha volcado en sus tiempos de nación imperial, volviendo a la época de los zares y los popes ortodoxos. La Oprichnina resurge con ellos como símbolo de fortaleza patriótica. Los caballos negros que antes cabalgaran se han convertido ahora en lujosos Mercedes de ese color; los sables, en pistolas y metralletas; los gabanes, en trajes de alta costura.

Atrás quedan los líderes comunistas, atrás los intentos de democracia: la Nueva Rusia se ha configurado como una monarquía absoluta en la que el dirigente conocido como Soberano (no, no se confundan, que esto es serio) gobierna paternalmente y vela desde la cúspide por el bienestar de sus ciudadanos. Los oprichniks eliminan cualquier reducto de oposición al régimen y, ya de paso, aprovechan su posición de intocables para hacer lo que quieren con el país.

La figura de los oprichniks, una mezcla de Guardia Pretoriana y Mafia, ha inspirado a algunos de los máximos creadores rusos. Tchaikovsky les dedicó una de sus óperas y S. M. Eisenstein los retrata en su célebre filme sobre el reinado de Iván el Terrible. A Vladimir Sorokin le sirven de excusa para imaginar un futuro cercano en el que los peores temores sobre el devenir de la Rusia actual se han hecho realidad. La sociedad de Andrey Komyaga es una sociedad fanática, que desdeña cualquier producto que no provenga de Rusia; una sociedad hipócrita, capaz de prohibir las palabras malsonantes pero de legalizar el consumo de drogas. Y lo más estremecedor de este relato en primera persona es que Andrey Komyaga está convencido de que sus crímenes están justificados y de que él está purificando Rusia cuando no hace más que ocuparse de los trapos sucios del Soberano y perpetuarle en el poder.

odiado por Putin

¿Qué tiene Rusia que es capaz de inspirar las mejores fantasías distópicas de la historia de la novela? Porque bien es sabido que George Orwell no hizo sino imaginar lo que sería la URSS cuarenta años en el futuro cuando escribió su archicélebre '1984'. Y menos sabido, pero no menos cierto, es que lo que Orwell fue capaz de entrever del régimen stalinista ya lo vieron antes que él, en 1921. En ese año, Yevgueni Zamiatin publica 'Nosotros', inspirado directamente de sus vivencias personales bajo los primeros años de stalinismo. 'Nosotros' (Akal, 2008) es un retrato de una sociedad ultra totalitaria en la que los ciudadanos visten con uniformes, viven sincronizados en un plan horario impuesto por el Estado Único y han reglamentado todo, desde las horas de sueño que hay que cumplir a la burocracia que hay que rellenar para mantener relaciones sexuales. 'Nosotros', como '1984', eleva el régimen comunista a una escala planetaria, convirtiéndose así en una fábula, algo naif pero muy efectiva, de los peligros del colectivismo y la racionalidad excesiva.

Otra enemiga declarada del bolchevismo y de todo lo que huela, aunque levemente, a marxista es Ayn Rand, la filósofa objetivista que emigró a Estados Unidos desde Rusia en los años 20. La primera novela que publicó esta escritora fue 'Los que vivimos', que recoge en forma de novela las experiencias de Rand en la sociedad rusa postrevolucionaria; 'Himno' (también conocida como 'Vivir') será su modesta aportación al género distópico, donde esas experiencias se convierten en juegos simbólicos con la lucha del colectivismo social contra la libertad individual. Todo ello para darnos la lección, un poco en el tono que usaría una institutriz exigente, de que los intentos de socialismo fracasarán frente a la resistencia que opone cualquier individuo, precisamente porque la esencia del hombre es esa individualidad libre e imparable. Pero, mientras que Rand insiste en la dualidad individuo-colectividad, Orwell y Zamiatin supieron ver algo mucho más estremecedor: que las cualidades más oscuras de la conciencia humana, por muy individual que sea, pueden utilizarse para conformar sistemas políticos terroríficamente verosímiles.

Iván, más Terrible que nunca

Todas estas novelas forman un hilo conductor que nos llevan, de nuevo, a 'El día del oprichnik'. Sorokin no pierde de vista la herencia que le dejan los autores anteriores pero prefiere ceñirse a un solo régimen (el ruso) e ignorar lo que sucede en el resto del mundo del año 2027. A Sorokin le atraen menos las construcciones ficticias del 'futuro que no debería ser' que buscar la sombra de su propia sociedad en una de dentro de treinta años. Así, los elementos superficiales con los que construye su novela no son para nada originales: la idea del regreso de los zares como salvación de Rusia es una vieja ilusión tan manida que hasta Frederick Forsyth recurrió a ella , y los elementos que Sorokin ha extraído del cyberpunk, como las drogas de diseño o los injertos cibernéticos corporales, se delatan a sí mismos en descripciones en las que el autor utiliza el propio adjetivo de… 'cyberpunk'. Su retrato de un modo de vida moderno pierde mucha verosimilitud por culpa de ese cóctel mal mezclado. Pero Sorokin podría no andar tan desencaminado en sus elucubraciones.

La crítica que más favor le ha hecho a Vladimir Sorokin no es la de esos exagerados que le encumbran al puesto de Gran Escritor Ruso, sino la de su tocayo Vladimir Putin, que no ha dudado en hacerle la vida imposible desde que se dio por aludido en sus escritos. Nadie puede negarle a Sorokin el mérito de saber provocar y meter el dedo en la llaga. El tiempo dirá si su distopía consigue el objetivo para el que fue creado este género literario: anticipar un futuro inevitable a tiempo de permitirnos virar y escapar de él. Nosotros, visto lo visto y por si acaso, ya estamos preparando el vodka para brindar con los oprichniks.

(Artículo de Carlos Serrano Nouaille, lector incansable y, en contra de lo que se dice, Infame sólo a tiempo parcial)

Publicado en soitu.es (16-09-2008)

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