ISABEL II, UNA LECTORA NADA COMÚN

21 de abril de 2008
Aficionado como soy al extraño género de los what if? (esto es, a imaginar mundos alternativos poblados de personajes reales a partir de la introducción de pequeñas variaciones en el discurrir histórico) no puedo más que felicitar a todos los futuros lectores del divertidísimo Una lectora nada común de Alan Bennett (Anagrama, 2008).

En esta obra el personaje real (esta vez por partida doble) es la reina Isabel II de Inglaterra y la “variación” a la que nos hemos referido le viene en forma de bibliobús municipal. ¿Qué ocurriría si a partir de la visita a esta biblioteca portátil se despertase en la anciana monarca una irreprimible y voraz furia lectora que le llevara a abandonar sus regias obligaciones? Este es el supuesto que se plantea el prolífico e incisivo Bennett (Leeds, 1934), autor que ya había ofrecido una irreverente mirada sobre la monarquía británica en su obra teatral The Madness of George III (1991), posteriormente adaptada al cine por Nicholas Hytner.

God save the Queen!


Tras una vida dedicada al deber y obviando el placer, el descubrimiento de Proust, Genet, Mitford y tantos otros no puede dejar incólume a la monarca. A partir del momento en que la literatura entra a formar parte de su vida, todo pasará a un segundo plano ante el escándalo de la corte y del Premier británico: audiencias caóticas, comportamientos inadecuados por parte de la Defensora de la Fe, amistades inconvenientes... Una lectora nada común es una obra de original inteligencia. Inteligente en su crítica mordiente y sutil a la institución monarquica; original y necesaria en su defensa del poder subversivo de la literatura: “El atractivo, pensó, estaba en su indiferencia: había algo inaplazable en la literatura. A los libros no les importaba quién los leía o si alguien los leía o no. Todos los lectores eran iguales, ella incluida. La literatura, pensó, es una mancomunidad, las letras, una república”.

¿Se imaginan algo así en España? No respondan todavía. Primero tendríamos que averiguar si nuestros gobernantes leen realmente. Y en caso de contestar afirmativamente... ¿qué es lo que leen? José Luis Rodríguez Zapatero nunca ha ocultado su amistad con el poeta leonés Antonio Gamoneda, premio Cervantes en 2006 ni su admiración por el argentino Jorge Luis Borges. Recuerdo ahora un prólogo a Ficciones, firmado por el actual presidente en una edición que ofrecía El Mundo allá por un ya lejano 1995... que tiempos aquellos ¿verdad?. Los gustos del todavía líder del principal partido de la oposición, el popular Mariano Rajoy, se decantan por la novela histórica. Hace unos meses pudimos verle en compañía de Ildefonso Falcones, autor de la exitosa La catedral del mar, visitando Santa María del Mar en Barcelona, iglesia que inspira las páginas de este libro. Sin embargo, y a la vista de los resultados electorales del PP en Catalunya, ni el aparecer disfrazado de Harry Potter en la Sagrada Familia le habría valido de mucho. ¿Y qué decir de nuestros ex presidentes? Felipe González opta por la respuesta fácil y declara que El Quijote es su libro de cabecera, mientras que el políglota José María Aznar no esconde su afición a los libros de historia-ficción de Pío Moa. Como verán hay donde elegir.

Pero... ¿Y nuestro Jefe de Estado? Es más difícil indagar acerca de las filias literarias de nuestro monarca, un tipo fundamentalmente “campechano” y amante del deporte ¿Pero qué ocurriría si Su Majestad, siguiendo el ejemplo de Isabel II decidiera desatender sus funciones y abandonarse al placer de la lectura? Este es sin duda el interrogante más fácil de contestar entre todos los que llevamos planteados hasta ahora: Nada.
(Publicado en Soitu.es, 19-4-2008)