EL DESIERTO DE LOS TÁRTAROS

22 de mayo de 2008
Anthony Caro: The Barbarians
Galería Álvaro Alcázar. Hermosilla 58, Madrid
Hasta el 8 de junio de 2008


Le pareció que la fuga del tiempo se había detenido, como un encanto roto. El torbellino se había hecho en los últimos tiempos cada vez más intenso, y después repentinamente nada, el mundo se estancaba en horizontal apatía y los relojes corrían inútilmente. El camino de Drogo había terminado; ahora estaba en la solitaria orilla de un mar gris y uniforme, y a su alrededor ni una casa, ni un árbol, ni un hombre, todo así desde tiempo inmemorial.

Sentía avanzar sobre él desde los extremos confines una sombra progresiva y concéntrica, quizá era cuestión de horas, quizá de semanas o de meses; pero hasta meses y semanas son bien pobre cosa cuando nos separan de la muerte. La vida, pues, se había reducido a una especie de broma, por obra de una orgullosa apuesta todo estaba perdido.

Fuera el cielo se había vuelto de un azul intenso, en occidente quedaba todavía una franja de luz, sobre los perfiles violetas de las montañas. Y en la habitación había entrado la oscuridad, se distinguían únicamente los contornos amenazadores de los muebles, la blancura de la cama, el brillante sable de Drogo. No se movería ya de allí, comprendía.

Así envuelto en las tinieblas, mientras abajo continuaban las dulces canciones entre rasgueos de guitarra, Giovanni Drogo sintió nacer en sí la última esperanza. Él, solo en el mundo y enfermo, rechazado por la Fortaleza como un peso importuno, él, que se había quedado detrás de todos, él, tímido y débil, osaba imaginar que no todo estaba terminado; porque quizá había llegado realmente su gran oportunidad, la definitiva batalla que podía compensar toda una vida.

Dino Buzzati: El desierto de los tártaros