MUERE JOVEN Y DEJA UN CADÁVER EXQUISITO

29 de mayo de 2008
grupo salvaje

A lo largo del año pasado tuve que acercarme con cierta frecuencia (los motivos no vienen a cuento ahora) hasta Figueras, tierra excesiva en muchos aspectos. Y digo excesiva porque no es casualidad que de esa ciudad saliera Salvador Dalí, campeón de lo bizarro, y que todavía hoy siga ofreciendo hijos insignes al mundo como la diva filo-gay Mónica Naranjo. En aquellas ocasiones aprovechaba para asomarme por el Museo Dalí, un teatro del siglo diecinueve que fue reformado para albergar la obra del pintor.

Allí es posible contemplar un dibujo que no llama la atención entre toda la quincallería freudiana del museo. Se trata de un retrato que Dalí dedicó a su amigo el escritor René Crevel (1900-1935). Por entonces aquel nombre no me decía nada. Sin embargo, ese retrato fantasmagórico escondía a un autor de culto cuyos libros han sido imposible de encontrar en España hasta hace bien poco. Libros que por fin van apareciendo y que son pequeñas joyas que nos acercan al siempre apasionante mundo del surrealismo.

Tras la Primera Guerra Mundial Crevel, Dalí y otros jóvenes artistas, sintieron la necesidad de buscar la salida a un mundo que les resultaba asfixiante. A esa búsqueda consagraron su vida y su obra. Ellos se referían a esa salida como lo maravilloso cotidiano (ya están los Infames otra vez con sus rollos culturetas...). Esto, que parece complicado de explicar, vendría a consistir en el uso de la imagen como una suerte de estupefaciente, un «viaje» que alterase la conciencia y anulase las diferencias entre fantasía y realidad.

Crevel, corazón cicatrizado

¿Estupefacientes? pero... ¿eso son drogas, verdad?. La solapa de la cubierta de Desvíos de René Crevel (El Nadir, 2008) parece confirmar esta idea: "Ha sido considerado por la crítica como un Proust, que en lugar de mojar la untuosa magdalena en su té, mojara su biscuit en LSD". Ante esta promesa lisérgica es difícil resistirse a su autor, quien por cierto no parece que se pusiera límites a la hora de experimentar con lo prohibido. Y es de sus propias experiencias de lo que trata esta obra en clave (suicidio del padre, angustia adolescente, iniciación sexual y a los paraísos artificiales, relación amor-odio con la madre...).

Al poco de escribir esta novelita (sin que se vea un demérito en tal consideración) a Crevel se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar. Incurable. Tenía 26 años y el mundo en una copa de champán. A partir de ese instante escribe de manera frenética, en un intento desesperado por ganar tiempo, por vencer a la muerte vaciando la propia vida en sus escritos. La novela ¿Estáis locos?, traducida por primera vez al castellano por Cavaret Voltaire, responde a este frenesí autobiográfico. Aquí está representado todo el universo creveliano: la enfermedad y sus fantasmas, el Berlín de los cabarets, el sueño como revelación del espíritu, las mujeres fatales, el esoterismo... y un surrealista y largo etcétera.

y la respuesta es:

Tanto en 'Desvíos' como en '¿Estáis locos?' la escritura se acerca más al territorio de la prosa poética que a la obra narrativa convencional. A menudo no podemos distinguir entre lo vivido y lo soñado por el autor/personaje que adentra su imaginación en lo insólito y lo alucinado. No les pienso engañar, en ocasiones este autor puede resultar complicado de seguir, pero no se preocupen, abandónense a una lectura que no deja indiferente. La obra de Crevel es una invitación a la aventura interior, a recorrer un mundo movedizo y sin límites.

Es de agradecer la tarea de estas dos editoriales a la hora de rescatar autores heterodoxos, pues hasta hace menos de un año la presencia de un personaje clave en la literatura francesa de entre guerras se limitaba a un sólo título: Dalí o el antioscurantismo (José J. De Olañeta, 2004), un breve escrito interpretativo de la obra y figura del pintor Salvador Dalí (por el que Crevel sentía algo más que admiración). De la amistad entre ambos da cuenta este opúsculo y el magnífico retrato que el de Figueras dedicó al escritor.

El 17 de junio de 1935 Crevel cerró las ventanas de su casa y abrió la manecilla del gas poniendo fin a su enfermedad. Al día siguiente lo encontraron con una tarjeta en la espalda en la que se podía leer "degouté" (harto). Aunque se especuló con diferentes motivos, su suicidio respondía a una frustración propia del grupo surrealista: la incapacidad de resolver la oposición entre el yo y el mundo exterior. Incapacidad que sintieron en diferente grado Jacques Vaché, Arthur Cravan, Jean-Pierre Duprey, Jacques Rigaut, Óscar Domínguez... que junto a otros anónimos surrealistas reposan en el pabellón de los suicidas.

Para adentrarse en él no hay mejores guías que la Antología de poetas suicidas de José Luis Gallero (Ardora, 2005) y el último número de la revista Vacaciones en Polonia (nº3, 2007), la mejor publicación que un servidor se ha echado a la boca en los últimos años. Y ya entrados en este torbellino "masturbador", en daliniana fórmula, los Infames no nos privaremos de recomendar los Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas (Anagrama, 1991).

fantasmagoría daliniana

Si quieren seguir tirando del hilo pueden recurrir a Antonio Martínez Sarrión y su 'Sueños que no compra el dinero'. Balance y nombres del surrealismo (Pre-Textos, 2008). Un magnífico ensayo sobre el universo surrealista.


Publicado en soitu.es (27-05-2008)





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