HISTORIAS DOMÉSTICAS E IMAGINARIOS COMPARTIDOS

3 de junio de 2008


La semana pasada o quizá la anterior cayeron en mis manos dos libros de reciente publicación. Más que un encuentro fortuito en una librería, esa fugaz mirada a un estante repleto y una portada sensual que nos llama irresistiblemente la atención, se trata de dos regalos no esperados. Obsequios de seres queridos, muy queridos, que son el encuentro de dos literaturas más próximas de lo que en principio pueda aparentar.

El primer libro, directamente importado de Uruguay, es «Vivir adrede», la última obra de Mario Benedetti. Publicada en España por Alfaguara (2008) contiene las reflexiones más actuales realizadas por el achacoso y octogenario autor sobre la vida y la ausencia de esta. El poeta despliega de nuevo el diccionario de metáforas, elipsis y regates lingüísticos para deleitarnos con un surtido de pequeños relatos.

Se trata de una serie de historias breves en las que ejecuta sus habituales características poéticas como la lucidez y claridad de conceptos, que le permiten acercar la realidad al lector con un lenguaje sencillo pero lleno de connotaciones. Es esa capacidad de transmitir lo cotidiano con la suficiente carga sentimental lo que hace que nos sintamos en mayor o menor medida identificados con las sensaciones y situaciones narradas. He ahí donde, quizá, radica la grandeza de «los poetas mayores» como suele denominar el uruguayo a los grandes de la literatura y entre los cuales debería estar englobado él, pues méritos le sobran.

Es verdad que en estas últimas huellas, supuesto trayecto final de una carrera longeva, el autor va perdiendo elementos de brillantez que antaño barnizaban toda su obra. Sin embargo, estos elementos nunca desaparecen sino que pasan a convertirse en destellos de marcada luminosidad. Porque como el futbolista retirado, que conserva la clase y el toque, su estilo y verbo literario permanecen intactos todavía. La habilidad de cambiar de ritmo y rumbo con determinados giros verbales es constante, demostrando Benedetti que la capacidad para fecundar y multiplicar el lenguaje o mejor aun, las significaciones del mismo, no es una cualidad que se pierda con la edad.

En definitiva, un placer que, aunque menor que en otras obras, nos permite seguir gozando de la prosa comprometida de Benedetti. Pues como diría un castizo «los clásicos nunca mueren» aunque a veces como la bencedrina hay que saber dosificarlos.

El segundo regalo es la novela de Antoni Casas Ros, «El teorema Almodóvar», Seix Barral (2008). No se preocupen aquellos que odien los ochenta, las mallas multicolor, las hombreras… pues no se trata de ningún estudio sobre la Movida ni el cine del manchego universal (Pedro Almodóvar) o de su «Patty Diphusa» (Anagrama, 1998) sino de la primera novela de un joven escritor.

Antonio Casas Ros arranca con una historia autobiográfica donde la fantasía impera en una magnífica trama que bien pudiera estar trabada por cualquier insigne literato actual. Es la calidad de la obra junto con el desconocimiento que envuelve al autor, pues nadie conoce físicamente al escritor, lo que ha llevado a especular sobre la autoría de la obra. Los más intrépidos críticos han llegado a afirmar que la paternidad le corresponde bajo pseudónimo a Vila-Matas, quien lo ha desmentido rotundamente: «No, no soy Casas Ros. Si queda alguien por ahí que todavía lo sospecha, será mejor que vaya descartando la idea». No es nuestra intención polemizar ni entrar en conjeturas, pues nuestra atención se divide en estos momentos entre la inocencia de Cañizares (el guardameta, no el obispo) y la crisis del PP. Aun así hemos de reconocer que la posible existencia de un Thomas Pynchon ibérico provoca ciertas convulsiones de modernidad y españolidad, aunque la obra sea una traducción del francés, pues nació Casas Ros en la Cataluña francesa.

Orígenes y emociones aparte debemos señalar que «El teorema Almodóvar» es una historia cuyo actor principal, verdadero o no, queda completamente desfigurado por un accidente provocado por un ciervo. Antoni Casas Ros o su mutación en protagonista, va a refugiarse en la soledad de su casa, la literatura y las matemáticas. Cóctel explosivo del cual será extraído por la belleza de una transexual: Lidia. Un mundo de ficción, o no, se sucede dando cabida a la aparición de un Pedro Almodóvar que supone la plasmación fílmica del supuesto teorema bautizado como él: «basta mirar el tiempo suficiente, para transformar el horror en belleza». Máxima que bien puede ser aplicable a multitud de cosas en la vida, exceptuando la Catedral de la Almudena (Madrid).

Casas Ros sabe jugar con la confusión entre real e imaginario, personaje y autor, libro o película. Si Benedetti nos traduce la magia de lo cotidiano a prosa de manera sencilla y afectiva, Casas Ros convierte en doméstico el encanto de lo imaginario. Es en esa línea de lo real donde las dos literaturas se entremezclan compartiendo con el beneplácito del lector una carambola a tres bandas.


Publicado en soitu.es (24-05-2008)

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