LITERATURA DEL MAL

19 de junio de 2008
La llamada del Lobo

El nombre de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es ya un secreto a voces. Su anterior novela, 'La ofensa' (Seix Barral, 2007), fue saludada -y galardonada- por la crítica como una de las mejores obras del año pasado. En aquella ocasión el escritor reflexionaba sobre la maldad en un contexto histórico determinado (el nazismo) a través de la figura del sastre Kurt Crüwell. A partir de su historia, el asturiano se interrogaba acerca de las reacciones que experimenta un cuerpo ante la presencia del horror, logrando un libro honesto y nada convencional.

Su nuevo libro, 'Derrumbe' (Seix Barral, 2008), explora las diferentes formas en que el terror puede manifestarse en la sociedad actual. El enemigo, identificado y agrupado bajo una bandera a la que combatir, ha dejado hoy paso a una sensación de miedo difícil de definir que proviene del desconocimiento del otro y de lo aleatorio de su violencia.

"Estamos tratando del Mal, con mayúscula. Una de las palabras más cortas; uno de los viajes más largos", advierte el escritor a través de uno de los personajes de la novela. El viaje que emprendemos en Derrumbe nos enfrenta a nuestros propios miedos, ya sea a través de la figura de un sociópata (Mortenblau) o de un colectivo terrorista (Los Arrancadores).

El personaje de Mortenblau representan una anomalía inesperada, un cuerpo extraño que de pronto nos hace entrar en colisión con lo que hay de depredador en cada uno de nosotros. Pero también representa una anomalía dentro de la literatura española, ya que no es frecuente encontrar un personaje tan fascinante que aúne al Anton Chigurgh de No es país para viejos (sí, sí... el psicópata interpretado por Javier Bardem en la versión cinematográfica de la obra de Corman Mc Carthy) y al refinado oficial nazi de Las Benévolas de Jonathan Littell (RBA, 2007).

La trama que se organiza en torno a este multicida se entrelaza con la protagonizada por Los Arrancadores, un grupo de jóvenes nihilistas hastiados de la sociedad y que consiguen sembrar el terror de una manera más difusa, por ello más inquietante. Dos historias (pero también la de sus víctimas, la de sus perseguidores y de qué manera les afecta la violencia) que a medida que avanzamos se cierran sobre el lector como las hojas de una tijera.

En un momento de la novela Elisabeth Costello (Mondadori, 2004) de Coetzee, la escritora que da nombre a este libro siente la necesidad de apartar de sus manos un libro que la tiene subyugada y aterrorizada a un mismo tiempo. No quería seguir leyendo las atrocidades que narraba aquella obra terrible, sin embargo acabaría por apurar el vaso hasta las heces ¿Por qué? ¿Por qué ése taparnos el rostro ante el monstruo, pero dejando una rendija para que el ojo, fascinado por el espectáculo, siga observando?

A lo largo de los tiempos (perdonen lo ampuloso de la fórmula) el ser humano ha intentado poner rostro al Mal para poder identificarlo y en ocasiones (Sade, Goya, Bataille, Genet, Music, Ballard, Bolaño, Mc Carthy...), esa cosificación ha alcanzado un poder de fascinación irresistible que nos atrapa.

Algo similar le ocurrirá a quien se acerque a Derrumbe, una lectura despiadada que no omite detalles en lo que al sufrimiento humano se refiere, pero que su autor nos obliga a leer hasta su increíble final para exprimir nuestras emociones. Y hace daño.

Publicado en soitu.es (17-06-2008)