UN AUTOR DE NOMBRE IMPRONUNCIABLE PARA LEER ESTE VERANO

3 de agosto de 2008
Recomiendo a mis amigos que traten de no leer autores cuyo nombre no sepan pronunciar. Si no es con seguridad, al menos con cierta soltura. Y aunque todo sea una broma entre nosotros, hasta los argumentos de este tipo tienen su explicación posible.

Todo empezó cuando un amigo leía a Allan Hollinghurst pero nunca se refería a él por su nombre, sino por la obra que de él estuviera leyendo en ese momento: eludía pronunciar su extraño apellido ("jolin… no-sé-qué") y se refería a él primero como el autor de 'La biblioteca de la piscina' y, más tarde, según seguía leyendo, de 'La línea de la belleza'.

Supongo que lo idóneo sería leerlos (claro) pero en la intimidad. Leer a Barbey d’Aurevilly, Siri Hustvedt, Magda Szabo, Houellebecq… pero no decirlo. Al menos hasta que tengamos la oportunidad de poder recomendar alguno de estos autores por escrito. Siempre por escrito, como sucede hoy.

Por eso mismo, aprovechando esta sección donde tratamos de proclamar a gritos algún posible libro para el verano, la recomendación de este fin de semana es la de un escritor (dramaturgo y narrador) polaco de difícil pronunciación: Slawomir Mrozek (con la 'ele' del nombre atravesada por una línea inclinada y un punto sobre la 'zeta' cuyas consecuencias fonéticas desconozco).

Todas las obras que conocemos de él están traducidas por Acantilado, editorial conocida (sobre todo) por su calidad literaria, pero también por la cantidad de nombres impronunciables que podemos encontrar en su catálogo: Juri Andrujovic, Lászlo Krasznahorkai, Arthur Schnitzler, Monika Zgustova…

Los relatos de Slawomir Mrozek incluidos en 'La vida difícil' (Acantilado, 2002) son tan divertidos como duros, pero siempre por los mismos motivos: la naturaleza y las situaciones del comportamiento humano.

Podemos leer una ácida teoría en que se trata de demostrar lo contrario que es el fútbol a los principios del estado totalitario y lo peligroso que sería para éste no ponerle remedio. Así empieza el cuento titulado 'Por un nuevo fútbol':
“Al Supremo Consejo de la Suprema Unión de los Pueblos Supremos.
Deseo llamar la atención del SCSUPS a propósito del fútbol. La práctica de este deporte pone en peligro las bases del sistema.
La gente ve un partido de fútbol y no sabe cuál será el resultado final, y se le puede pasar por la cabeza que el SCSUPS tampoco lo sabe. Lo cual sugiere que puede haber algo que el SCSUPS no sepa. […]”

O descubrir la amarga ironía de una sociedad en la que todos se vigilan unos a otros; donde se crea un "comité de la escalera" para descubrir a través de las mirillas cualquier conducta impropia en el vecindario. Como en el breve relato titulado "Denuncia":
“Al Ilustrísimo Señor Jefe Superior de la Policía Secreta. Con todos mis respetos deseo denunciar que mi vecino se está quedando ciego de un modo antiestatal. […]”

Nos parece imposible leer un relato de este libro sin sentir la necesidad de continuar, y sin alternar de forma inevitable entre la sonrisa y la preocupación. Por eso mismo el texto para la recomendación de hoy es el primer cuento de 'La vida difícil' (editorial Acantilado; traducción de B. Zaboklcka y F. Miravitlles). Quien quiera seguir leyendo, ya sabe dónde poder encontrar a su autor.
Esperamos que disfrutéis de las ironías de la vida y de Slawomir Mrozek.

"LA REVOLUCIÓN

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese “cierto tiempo”. Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en el armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez “cierto tiempo”también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio –es decir, el cambio seguía siendo un cambio-, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento recuerdo los tiempos en que fui revolucionario."

(Slawomir Mrozek, La vida difícil, ed. Acantilado)

Publicado en soitu.es (27-07-2008)


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