Manolo&Mr.Pla: Sociedad Ilimitada

16 de noviembre de 2008
El de Palafrugell captado en plena digestión por Català Roca

A finales del siglo XIX (y ya ha llovido desde entonces) Santiago Rusiñol retrató al compositor francés Erik Satie elegantemente vestido y tocado por un sombrero de copa. El título del lienzo no podía ser más expresivo: 'El Bohemio'. Años después, un famélico aprendiz de artista que acababa de llegar a París, contemplaba absorto aquel cuadro mientras se formulaba una pregunta: "si este hombre del sombrero es el artista más revolucionario del año… ¿qué no seré yo que llevo hecha la ropa interior de cartón?"

Pero... ¿por qué Manolo Hugué (1872-1945), más conocido como Manolo, había llegado hasta ese extremo de abandono personal? (ya sé que a nuestros imaginativos lectores se les estarán ocurriendo respuestas harto imaginativas e interesantes: ecologismo ácrata, evitar el molesto roce de las costuras, sucias costumbres galas… ¡pero intenten centrarse por una vez!). Si quieren saber más acerca de la muy bizarra vida de este personaje deberían hacerse inmediatamente con un ejemplar de la 'Vida de Manolo' (Libros del Asteroide, 2008) del catalán Josep Pla.

Todos conservamos la imagen del Josep Pla enfundado en su boina de payés y un irónico cigarrillo colgando de los labios. Sin embargo existió también otro Pla: el periodista cosmopolita, el escritor incisivo y provocador que tuvo que poner pies en polvorosa a causa de un artículo bastante hiriente sobre la política de Primo de Rivera con respecto al Protectorado español de Marruecos. Durante su exilio en Francia Pla iba a visitar a su viejo amigo Manolo Hugué en la casa payesa que éste tenía en la localidad de Prats de Molló. Durante semanas los dos amigos iban a desgranar los recuerdos comunes, pero paulatinamente Pla iba a dejar que el escultor se sumiera en un monólogo "trufado de blasfemias pintorescas, de popularismos caracoleados, de toques brillantes, de relaciones insospechadas, de erudición viviente, de ocurrencias geniales, de tonterías (...)". De aquellas laberínticas conversaciones alrededor de una mesa, mientras descascarillan pausadamente unos guisantes o preparan un arroz marinero, nacería este extraordinario reportaje o biografía novelada (llámenlo como mejor les parezca).

A esto nos referimos, sr.Adrià...

Para contarnos su historia Pla cede la voz al propio Hugué (no en vano el título completo de la obra es 'Vida de Manolo contada por él mismo'). La brillante prosa del escritor, esa manera única de convertir lo complicado en aparente facilidad, se encargará del resto. Y es que a medida que seguimos la conversación de este individualista descreído vislumbramos una extraña muestra de sabiduría que tan pronto pasa del arte a la gastronomía (¡antes de que llegara Ferran Adrià y otros apóstoles de la cocina de fisión ya sabíamos que se trataba de lo mismo!) como del puerto de Barcelona al París de Montmartre. Por su historia, pintoresca y trágica a partes iguales, vamos a ver desfilar a los personajes más crápulas de la Barceloneta y a los protagonistas de la bohemia heroica de aquellos años, que no son otros que sus amigos Picasso, Modigliani, Apollinaire... un mundo extraño y salvaje a medio camino entre la cuchillada furtiva y los divanes del café.

Viviendo en muchas ocasiones al límite del código (ratero de poca monta, dibujante, cuentista y charlatán genial) como en una moderna novela picaresca, padecerá el hambre y el frío hasta el tuétano para convertirse en un mito en el recuerdo de todos aquellos que le conocieron. Su desengaño con el mundo no nacía de la frustración o del extravío de su ropa interior, sino de la convicción profunda de que "el latigazo ha sido, es y será. Pero de lo que me quejo es que el látigo siempre lo tengan unos y nosotros no lo tengamos nunca". Amén.

Manolo se peleó frecuentemente con la vida, sin embargo estaba apegado a ella: prefiere el olor de la carne a la parrilla antes que cualquier sofisticado perfume, la compañía del tabernero a la de los otros artistas, un bacalao "a la llauna" antes que un Manet… y a nosotros no nos queda más que descubrimos ante usted, maestro.

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