Dónde está Salinger ?

2 de enero de 2009
J(erome) D(avid) Salinger mandando a alguien a la mierda

Hoy en día en que todo el mundo no sólo quiere decir que escribe, sino tener ese relumbrón literario de cotillón entre "escribidores" que aparecen sonrientes en los "medios", es mayor motivo de celebración los 90 años de J. D. Salinger, autor de Franny y Zooey o Nueve cuentos (por no citar siempre la misma obra, y porque a mí me gustan más estas dos).

Salinger decidió vivir recluido desde mediados de los cincuenta. Apartarse del mundanal ruido y del fervor del público. De hecho, al parecer, no ha publicado nada desde 1965. Sin importarle un bledo (expresión poco lteraria por mi parte) el "mundillo literario" (de los flashes, de las entrevistas con las mismas preguntas de siempre, de los cócteles con autores y editores que bailan bajo una música ensordecedora...) siempre que éste se mantenga a una distancia prudencial de su vida privada.

Muchos de quienes escriben hoy (acto que no tiene porqué convierles en escritores -eso es otra cosa-) se preocupan por las ventas, por el lugar que sus libros ocupan en las librerías y sus fotos en los periódicos. Es cierto que vivimos otra época y que por desgracia el mercado impone su ley mercenaria, y así nos luce el pelo en la sección de literaura de ficción de los grandes almacenes; cito a una autoridad, el señor Juan Marsé (en plena polémica con el premio planeta de hace unos años): "Me gustaría añadir lo que ya dije una vez en relación con la literatura de ficción, tal como hoy se nos vende, en tanto premios: que es una literatura que se asemeja cada vez más al mundo del prêt-á-porter, y que el verdadero reto para un escritor actual no es entrar en ese mundo, sino ser capaz de rechazarlo".

Hay quienes se acoplan aunque incómodos. Otros no lo hacen y parecen casi invisibles, pero están (sólo hay que buscar). Hace un par de días asistí al retorcerse de uno de esos escritores buscando su sitio por incómodo que sea. No diré de quién se trata. Si es hombre o mujer. No haré referencias silenciosas a sus novelas porque no las he leído.

Esto fue, más o menos, lo que sucedió. Mientras colocaba la sección de novedades en la librería donde trabajo vi pasar dos o tres veces al mismo cliente. No parecía necesitar mi ayuda, así que yo seguí con lo mío. Después tuve que irme a otra planta de la librería para solucionar un pequeño problema sin el menor interés aquí. Y cuando volví al panel y a la mesa de novedades, apenas cinco minutos después, encontré ejemplares del mismo libro sobre varias pilas de libros, ocultando los títulos de debajo. Ante mi sorpresa, casi me pareció normal (divertido y triste) que la fotografía del autor de ese libro que se había diseminado no tan accidentalmente por todos los sitios estratégicos de la librería, correspondía al del cliente que poco tiempo antes daba vueltas alrededor de los libros escritos por otros.

Pues eso, que felicidades J. D.