Carl Einstein, partisano de la realidad

1 de febrero de 2009

La desolación. Carl Einstein en Perpiñán, 1939.

La primera vez que leí el nombre de Carl Einstein (1895-1940) fue en la biografía que Pierre Assouline le dedicó al marchante y visionario Daniel-Henry Kahnweiler. Judíos alemanes ambos, nunca en sus casi treinta años de amistad hablaron de ese origen común. Habría sido perder el tiempo ante la inmensidad del territorio común que verdaderamente compartían. Este territorio que nombramos de muy diferentes modos (pero al que todos reconocemos cuando hablamos de "arte") era también una suerte de religión (laica) o ritual al fin y al cabo. A ello se entregaron ambos de muy diferente modo, pero con igual y desmedida pasión. De esto queda constancia en la correspondencia que entre ambos se acaba de publicar en una cuidada edición a cargo de Liliane Meffre: "Correspondencia Carl Einstein/D.-H. Kahnweiler. 1921-1939" (La Central, 2008).

La publicación de estas cartas coincide con la celebración de una excelente exposición en el madrileño Museo Reina Sofía: "La invención del siglo XX. Carl Einstein y las vanguardias". Arropado por sus afines en las fantasmales salas del MNCARS, la exposición ofrece un recorrido plausible por la historia del arte del siglo XX desde los ojos del escritor alemán, quien fue uno de sus mayores conocedores y a los que dedicó libros canónicos como sus aproximaciones a la escultura africana (editadas aquí en España por Gustavo Gili) o su "Die Kunst des XX". Muchos otros textos se recogen en "El arte como revuelta. Escritos sobre las vanguardias" (Lampreave y Millán, 2008) que también se publica con motivo de la muestra.

Pero carl Einstein no fue sólo un (magnífico) historiador del arte. A él debemos una de las novelas clave de aquellos años: "Bebuquin oder die Dilettanten des Wunders" (No crean que escribo en alemán como un argumento de autoridad para lo dicho, sino por la inexplicable carencia de esta obra en cualquier catálogo editorial español). Participó de la aventura dadaísta en Berlín, se situó con Rosa de Luxemburgo y Karl liebknecht en las barricadas revolucionarias del espartaquismo, fundó la revista Documents con Bataille (una publicación antropológica desde una óptica surrealista es digna de hojearse al menos una vez en la vida). Un intelectual (aunque me de sarpullido el escribir esta palabra tan manoseada) escindido entre las diferentes utopías y pulsiones de aquellos años y el rumbo que habían comenzado a tomar los acontecimientos.


mein gedicht is mein messer

En agosto de 1936, Carl y su mujer, Lyda, marchan a Barcelona para sumarse al proceso revolucionario iniciado el 18 de julio. Cansado de las discusiones y sobremesas inútiles en Les Deux Magots marcha sin avisar a sus antiguos compañeros de lucha. Einstein había censurado el rumbo que estaba tomando la vanguardia internacional: despojada de su antigua virulencia, de su fuego creador, ésta se deslizaba por las pendientes que levantaban las diferentes ideologías hacia un agujero del que todavía no se podía ver el fondo.

El escritor ya conocía las trincheras de la que fue llamada la Gran Guerra y a pesar de ello fue a Barcelona. Él sabía que allí (como en Teruel, Guadalajara, Madrid...) se iba a defender el trabajo de sus amigos y el derecho de un pueblo a una existencia sin miedo. El arte y la libertad. Einstein hablaba de la misma cosa porque para él la revolución de las formas estaba íntimamente ligada a una nueva intuición del mundo y del ser humano.

La experiencia de Einstein en la guerra de España está recogida en la correspondencia con Kahnweiler y un delicioso librito (el diminutivo no es demérito aquí) editado por Uwe Fleckner con el nombre de "La columna Durruti y otros artículos y entrevistas de la guerra civil española" (Mudito&Co., 2006). No puede dejar de leerse a Einstein sin un cierto estremeciemiento ante el final que le aguardaba al otro lado de los Pirineos, cuando roto y desengañado, atrapado entre los perros de presa del nazismo y sus aprendices franquistas decide poner fin a su vida, muy cerca de donde lo hizo otro eminente pensador alemán que corrió igual suerte: Walter Benjamin.

Una excelente muestra para acercarse a este partisano de la realidad. Tienen hasta el 14 de febrero.


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