Hagiografía no autorizada de los Tipos Infames. Capítulo I

21 de febrero de 2009
Os habéis perdido asistir a la última cena de los Tipos Infames. En ella se exhibió, bajo los auspicios de Verlaine, su valedor, y de mí, su Juan Bautista de la Rive Gauche, un poeta infame menor de dieciocho años llamado Arthur Rimabud. Manos grandes, pies grandes, pero en una figura completamente infantil que podría corresponder a la de un niño de trece años. Profundos ojos azules, carácter más salvaje que tímido. Así es este muchacho, cuya imaginación llena de fuerzas y corrupciones inauditas ha fascinado o aterrado a todos nuestros amigos. "¡Qué bella figura para un predicador!" ha escrito Souvy. D´Hervilly ha dicho: "Jesús entre los Doctores". "¡Es el mismo Diablo!" me declaró Maître, quien así me condujo a una fórmula superior: "¡El diablo entre los doctores!"... No puedo referiros la vida de nuestro poeta. Sabed solamente que ha llegado de Charleville, bajo la firme determinación de no volver a ver nunca ni su país ni a su familia. Venid, leed sus versos y juzgaréis. (...)

Carta de L.Valade a E.Blémont (5 octubre de 1871)

Fantin Latour: "Coin de table" (también conocido como "Les Affreux Bonshommes")1872. MuséeOrsay, París.

De izquierda a derecha: sentados, Paul Verlaine copa en mano, el joven Rimbaud dando la espalda a Léon Valade, el infumable ErnestHervilly y el inquietante Camille Pelletan; en pie y tocado Elzéar Bonnier, Émile Blémont a punto de desenfundar y Jean Aicard, que llegó a los postres.

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No fue hasta principios del año pasado cuando, tremendamente excitado, salía a trompicones de la Casa Encendida para, tras dejar atrás la Ronda de Valencia y la cubierta alada de Nouvel, tomar la mejor combinación que me arrojara literalmente sobre la caja de una librería madrileña que suele aparecer por este rincón. "Ya lo tenemos". No hizo falta mucho más. El Infame (ya éramos todos Infames aunque no lo supiéramos) sacó una libreta del bolsillo de su chaleco y allí estaba, escrito en tinta roja: "Tipos Infames". Cuando al día siguiente nos encontramos todos, la sonrisa del último de nosotros mientras dejaba sobre el mostrador su herramienta de pensar, fue de una rotundidad cómplice.

continuará...


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