De editores y otras gentes de mal vivir

20 de marzo de 2009
Enrique Redel de Impedimenta recordaba el otro día que fue precisamente en la librería Rafael Alberti donde tuvo sus primeras lecturas adultas (algo de lo que dudaban quienes le habían sorprendido en alguna ocasión guardando bajo la gabardina otro tipo de lectura bien diferente al "Ulysses" de Joyce) así que le resultaba significativo el hecho de encontrarse ahora allí en mitad de aquel extraño cenáculo. Un cenáculo de editores que conforman Contexto, y no estaban allí como lectores -que también- sino celebrando el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural.

Sexto Piso, Barataria, Libros del Asteroide, Impedimenta, Global Rythm, Nórdica, Periférica. Cada uno tenía su propia historia, jalonada de esfuerzo y obsesiones, que les había llevado hasta los bajos de aquella librería en una improvisada charla con los que hasta allí nos acercamos. ¿Por qué editar? Bueno... cada uno tenía sus propias razones, pero un gusto compartido por una cierta manera de hacer libros que les ha llevado a consolidar unos catálogos que bordean la excelencia en muchos casos. Diego Moreno quiso compartir el galardón y agradecer su labor a traductores, maquetadores, correctores, impresores... lectores todos, que hacían posible que estuvieran allí (y mientras Diego intentaba poner un poco de orden en aquella jarana Julián Rodríguez encabezaba un movimiento para conseguir que el editor de Nórdica dejara atrás palabras y ropa y se desnudara allí mismo... la propaganda por el hecho).

Aguardando la conversión del agua en vino...

Sin embargo, lo que más sorprendía era aquella sensación de cercanía y complicidad. A algunos de ellos ya les conocíamos por separado, pero aquella extraña sinergia -amistad dirían algunos... y no se equivocarían- era algo parecido a la felicidad. Muchos de ellos todavía recordaban sus primeros libros, imaginados en conversaciones con amigos, compuestos sobre la mesa camilla de alguna casa... Los ingleses tienen una palabra ("zest") de difícil traducción con la que se referirse al entusiasmo del que hacía gala Luis Solano, un entusiasmo que es el signo distintivo y universal de los hombres felices. Y en aquella librería madrileña había muchos. Y nosotros con ellos.

Cuando pasaron a descorchar, el Infame infiltrado que esto suscribe se deslizó hasta la calle. De lo que ocurrió luego tengo una vaga impresión gracias a los confusos recuerdos de otro de los Infames que se unió a aquella peculiar república noctámbula. Y hasta aquí puedo contar...