De la enfermedad (sin metáforas)

29 de abril de 2009

Ante el dolor de los demás.

Hace casi cinco años que Susan Sontag murió y con ella se apagó el luminoso mechón que cruzaba su cabellera. Llevaba treinta luchando contra diferentes tipos de cáncer y nunca, hasta el insoportable final, bajó los brazos. Su hijo, el también escritor David Rieff reconstruyó en Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo (Debate) los últimos meses de la lucha que su madre sostuvo contra la enfermedad, tema al que Sontag había dedicado algunas de sus más brillantes y lúcidas reflexiones: A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.

Cualquiera que haya estado junto al cuerpo enfermo de un ser querido y haya sufrido con él desearía encontrar un salvoconducto posible que lograra mantenerlo a nuestro lado, junto a los sanos, aquellos que todavía no hemos cruzado. Y aunque a muchos se les acabará por pudrir la hostia en la boca con sus mentiras, algunas noticias sobre la selección genética de embriones podrían hacernos creer que es posible arrojar algo de luz sobre lo que Sontag llamaba el lado nocturno de la vida. No haremos mayor comentario sobre una noticia esperanzadora y unas declaraciones que se comentan por si solas. Lo nuestro es charlar con con ustedes de libros y es lo que vamos a hacer hoy. Por eso queremos señalar la aparición de Hacia el amanecer (Seix Barral) del periodista neoyorkino Michael Greenberg, quien nos ofrece un libro luminoso sobre su experiencia como padre de una chica afectada por un trastorno bipolar.

En el verano de 1996 Sally Greenberg cruzó la delgada línea que separa la cordura del inabarcable y desconocido territorio de la locura. A partir de ahí asistimos a la lucha de un padre por hacerla regresar desde ese lugar, sin embargo es difícil hacerlo cuando ese no-lugar está en algún rincón dentro de ti mismo. Hacia el amanecer es un retrato sobre la vulnerabilidad del ser humano y el coraje al que nos obliga de continuo la vida. Un coraje que en el caso del escritor radica en el valor de adentrarse en ese lado nocturno de la vida para intentar ponerle nombre a lo que simplemente no lo tiene, nombrarlo para intentar comprenderlo. A veces es necesario intentarlo a pesar de saber que es imposible el retorno al punto de partida. A pesar de la derrota.

Los Serra: enigmistas y cronopios a la carrera

Esta historia nos ha traído a la cabeza una obra, similar en la emoción, que apareció el año pasado y todavía tiene un justo hueco en las librerías. Màrius Serra era consciente que de la escritura de una obra como Quieto (Anagrama y Empúries) no saldría indemne. Aún así lo escribió. El libro recoge los últimos siete años de la vida del hijo del escritor, Lluís Serra, al que llama, y llamamos, Llullu, nacido con una encefalopatía no filiada lo que en lenguaje administrativo (aquí más insoportable si es posible) supone una invalidez del 85%. Lluís es nuestro segundo hijo. Tiene unas necesidades un poco peculiares, pero eso sólo significa que estamos más pendientes de su fragilidad. Nuestro objetivo es que ni su hermana ni nosotros dejemos de hacer nunca nada de lo que haríamos si no tuviera que ir por el mundo al 15% de rendimiento. No siempre es posible, pero la mayoría de las veces se trata sólo de hacerlo de otra manera.

Llullu aparece como un intrépido navegante del dique seco y Quieto es su vibrante cuaderno de bitácora que nos llevará con él desde Barcelona hasta Italia, Canadá, Hawai o Finlandia. El escritor es un contramaestre, especialista en resolver enigmas (y en inventarlos), que pone en movimiento imágenes que ha guardado fijas en su memoria para introducirnos en el ambivalente estado emocional de un padre entre el dolor y un vigor irreductible, el vigor de los valientes: Mirarlo es como respirar. En su compañía soy invulnerable dice Serra. Si el inicio de la obra de Greenberg es uno de los más intensos que recuerdo, el final de Quieto (en el que el lector puede correr en compañía de Llullu) es un ejercicio de afirmación de vida a través de la literatura que no puede dejar indiferente a nadie.

A la mesa con los Gallardo

Algo parecido aunque en otras coordenadas, es lo que han logrado ilustrdores como David B. con La ascensión del gran mal (SinsEntido) o Miguel Gallardo con la fantástica María y yo (Astiberri). La necesidad de ofrecer a su hija autista imágenes comprensibles del mundo que la rodea hizo que el trazo de Gallardo se liberase, algo que iba a influir de forma decisiva en la manera en que el catalán enfrenta esta obra y acomete las ilustraciones. La relación que padre e hija establecen a lo largo de unas vacaciones se cuenta desde dentro, sin obviar los momentos dolorosos, pero sin caer en la autocompasión ni perder la sonrisa. Y es que la vida sigue moviéndose entre esos dos polos. Dolor y alegría. La vida misma...


Publicado en soitu.es (25.04.2009)


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