Crémer vs Crémer

28 de junio de 2009
EFE
-"¡Sonría don Victoriano!"

Tengo frente a mi la imagen de Victoriano Crémer (1907-2009) reproducida en un par de obituarios. En ambos casos se trata de la misma imagen con unas pequeñas matizaciones en el contraste y el tamaño. Pero es la misma imagen, la que dibuja un hombre sonriente con los brazos en jarras al que todo parece venirle grande: un exagerado sombrero de ala ancha, unas gafas de montura gruesa sujetas por un cordón que asoma tras la nuca, una camisa de seda brillante remetida por un pantalón (bien arriba) y una corbata descomunal de dibujos imposibles que parece hacer fuerza hacia el suelo para tumbar al frágil escritor. Este hombre enjuto era Victoriano Crémer.

Su marcha ha sido discreta. De hecho, mientras los medios se entretenían paseando el cadáver insepulto del Rey del Pop, fueron pocos quienes se ocuparon de despedir al escritor (parece que en esta ocasión ni el undertaker canario estaba de guardia). Valga este par de líneas como intento imposible por resumir 102 años de vida -quien lo quiera ampliado puede encontrarlo en su novela autobiográfica Libro de San Marcos-.

Empecemos con el chirrido de una verja oxidada y un paisaje calcinado. Tras su paso por la cárcel en pago por sus veleidades anarcosindicalistas durante la guerra, Crémer fundó en 1944 la revista Espadaña junto a Eugenio de Nora y otros amigos (entre los cuales se contaba también el recientemente desaparecido Antonio Pereira). Este es el hecho más aludido, cuando no el único, a la hora de hablar del poeta. En esos mismos comentarios siempre se alude a la condición existencialista de los “espadañistas”... no creo que el término sea ajustado. Es cierto que 1944 es el año clave de Sombra del paraíso e Hijos de la ira, pero yo hablaría más de un compartido sentimiento de angustia y desarraigo en todos ellos y en muchos de los que volcaron obra en sus páginas: Blas de Otero, Celaya, Bousoño, Hierro, Rodríguez Aldecoa, Valverde...

A pesar de que había ganado recientemente el Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma por su último libro (El último jinete) y había sido galardonado con otros como el Nacional de Literatura, Luis García Montero constataba la condena que su obra estaba cumpliendo en los rincones de los manuales de literatura y de los recuentos académicos. Aunque hoy nombres como el de Crémer se lean difuminados, orillados de la actual memoria democrática, es en esos trazos de dignidad, poética y humana, durante la primera posguerra (la España de horca y cuchillo de los años cuarenta) donde es posible rastrear las raíces de nuestro presente, de lo que somos y de lo que pudimos haber sido.

La FototekaNo, no es Han Solo en su sarcófago de carbonita...


No me dejéis así:
Sorbido por la tierra
hondísima y vibrante como el clamor penúltimo;
con este olor maduro de soles y horizontes
abriéndome en el pecho un surco luminoso.

No es que el cuerpo me suene a cristal derramado
ni que diez corazones me alanceen las yemas,
ni que cielos redondos agolpen sus rebaños
a mis ojos mastines, ladradores de cimas.

Es que un mar fugitivo rinde velas y senos
y pétalos y espumas en la gozosa playa
donde el rumor se atreve a mancillar la sombra.
¡Y se me ciegan labios y gritos y pupilas!

Es que siento que el aire es de carne dulcísima
y la luz sólo luz. Que el contorno me huye
a bandadas blanquísimas de palomas y lirios
y me abandonan manos y dientes y melenas.

¡No! ¡No me dejéis así! Moriría desnudo
sin sentirme morir.

Y mi pobre vestido, con su sangre caliente,
se hundiría, esperando mi imposible retorno.

Canción serena

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