En Memoria del mal, tentación del bien (Península) Tzvetan Todorov logró hilvanar una lúcida reflexión acerca del mal y el bien políticos durante el pasado siglo XX con el recuerdo de algunos destinos individuales que supieron resistirse a la tormenta totalitaria. No se trataban de hombres muy diferentes a los demás, falibles como nosotros mismos, cuando todo aquello parece comenzar a borrarse de la memoria. Todorov iniciaba aquel maravilloso libro preguntándose como sería recordado aquel siglo, abogando por no conceder a los malhechores el honor inmerecido de hacer del siglo XX el siglo de Stalin o el siglo de Hitler. Algo que sí merecen las luminosas figuras de aquellos hombres y mujeres que fueron zarandeados por la desgracia y supieron sobreponerse y dar testimonio de lo ocurrido desde una posición que el escritor búlgaro denomina “humanismo crítico”. Esa posición , representada por el mismo Todorov, es la que encarnan Vassili Grossman, Romain Gary, David Rousset, Margarete Buber-Neumann, Primo Levi o Germaine Tillion.
En esta lista de autores necesarios podríamos incluir la figura de la polaca Zofia Nalkowska (1884-1954) cuya obra Medallones acaba de ser editada por Minúscula en traducción de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles. La escritora publicó originariamente este libro en 1946, tras participar en una comisión de investigación para determinar el alcance de los crímenes cometidos por los alemanes en Polonia. Los relatos agrupados en Medallones se basan en esa experiencia a la que es imposible asomarse sin quedar tocado por la atrocidad.
Memoria(s) del mal
Nalkowska, gran animadora en su país de aquella fiesta luminosa que fue la vanguardia emplea en esta ocasión una prosa adelgazada hasta el hueso pero dejando intacto el nervio. En uno de los relatos se lee: “Da la sensación de que ya no queda nadie vivo, de que ya no vale la pena perseverar ni insistir. Hay muerte por doquier. En los sótanos de las capillas de los cementerios, los ataúdes dispuestos en fila esperan, por decirlo así, su turno para ser enterrados. Ante la inmensidad de la muerte masiva, la muerte natural, individual, parece algo inapropiado. Pero aún más vergonzoso es vivir”. Tal vez fuera el imperativo de contarlo el que hizo sobrevivir a muchos de aquellos hombres, como la temprana anciana de una de las historias que había perdido a su marido e hijos en un lager, ella misma mutilada y mellada al arrancarse los dientes para poder cambiarlos por una comida que luego no podría masticar. Leyendo estas historias tenemos la impresión que, en ocasiones, la realidad se hace soportable tan sólo porque nunca llega a conocerse en su totalidad.
Minúscula, Tzvetan Todorov, zofia nalkowska