Un hombre de madera confiesa sus deseos

22 de junio de 2009
"Los intentos de ser conscientes cuestan siempre un enorme esfuerzo" (pág. 52)

Quienes hemos leído alguna de las anteriores novelas de Andrés Ibáñez, y somos seguidores de sus "Comunicados de la tortuga celeste" (que buscamos todos los sábados en el ABC sin saber del todo que encontraremos en cada ocasión), recibimos con alegría cada nueva entrega. Y con cada libro llega su inevitable complemento: un nuevo intento por mi parte de hacer despertar el interés por una de las propuestas más interesantes e inclasificables del panorama narrativo español contemporáneo. Lo cierto es que no he sido muy arriesgado ni original al calificar a un escritor de tanta imaginación e ingenio; lo que escribo parecen insectos del verano en lugar de palabras: mejor sería que leyeran "La música del mundo o el efecto Montoliu" (Seix Barral, 1995) y dejaran a medias este artículo.

El caso es que desde que fui ("fuimos", porque se han documentado más casos) literalmente hipnotizado por la deliciosa música de su voz china en los cuentos de "El perfume del cardamomo" (Impedimenta, 2008), una sombra oscura, como un error de imprenta, se instaló sobre el libro al cerrarlo y leer la siguiente entrevista: "Y sí, desde que he dejado de escribir, soy feliz". Así le confesaba Andrés Ibáñez a Paul M. Viejo sus particulares calvarios durante el proceso de creación, para alcanzar después y "gracias a" (o "a pesar de") ellos no sabía muy bien el qué, ni con qué finalidad. A nosotros nos dijo que su libro "El mundo en la era de Varick" (Siruela, 1999) le estuvo atormentando incluso después de terminarlo. Al parecer, la "alegre locura" que contagia al lector, hizo enfermar al autor, que era visitado por constantes pesadillas en las que al abrir el libro que tantos esfuerzos y tiempo y etcéteras le había costado encontraba todas sus páginas en blanco.

Por eso nos sorprendió y alegró a partes iguales la publicación de la novela "Memorias de un hombre de madera" (Menoscuarto, 2009). ¿Un resumen? ... ¿Queréis que os contemos el final, o qué? Mejor acercaros a una librería y leer al menos la contraportada: "Esteban, un ebanista que disfruta construyendo relojes de cuco, se deja llevar por la curiosidad y entra en contacto con el Club de Buscadores de la Montaña. El protagonista y narrador iniciará así un recorrido apasionante tras el misterio de su verdadera identidad". Aunque nuestra recomendación sería la de leer el inicio con tranquilidad, leer al menos las dos primeras páginas, donde al igual que el protagonista nos enfrentaremos a nuestros prejuicios y a la vez no podremos evitar sentirnos tentados por la curiosidad, por lo insólito de la nueva situación y la extrañeza ante el comportamiento de uno mismo.

Esteban empieza a observar cada pequeña elevación del terreno como un esfuerzo físico de ascenso, pero también como una posibilidad para descubrir y explorar el alma, alcanzando así cierta plenitud antes apenas intuida. Porque la aventura en la que —descreído y curioso— se embarca es tan interior como física, ya que esa Montaña que él y sus compañeros de cafetería se proponen encontrar es una imagen, una forma de decir cierta aventura del espíritu, pero también es un lugar geográfico, un "usted está aquí".

Advirtiendo que quizá me esté poniendo demasiado "trascendental" y confundan esta novela con otra cosa que no es, ahora hablaré de "culos & tetas", porque quizá lo que en realidad busca el bicho raro de Esteban es una mujer. "¡Voglio una donna!!", ¿se acuerdan de Amarcord?, pues algo así pero de forma más silenciosa y tímida por parte del ebanista.

Así se lo montan el Sr. y la Sra. Madera

(visto por el ojo calenturiento de Man Ray)

O es que acaso, todo son excusas o formas de decir que a mitad del camino de la vida se encontraba perdido. Porque, ¿busca una Montaña? ¿A una mujer cuyo timbre de voz le conquistó desde la primera vez que hablaron por teléfono?¿Y si se pregunta por sí mismo, por quién es él y cuáles sus deseos? Pero entonces ¿qué es nuestro "yo"?: es un agregado de sensaciones, recuerdos, ideas y pensamiento, o sólo alcanzamos nuestro verdadero "yo" cuando nos vaciamos de nosotros mismos para dejar de ser pelusas que se creen de verdad y lograr ser "otro" que hasta entonces no conocíamos.

Todas las preguntas son pertinentes, y cuantas más dudas por resolver mejor, porque Andrés Ibáñez no sólo recrea el mito de Prometeo (un moderno Pinocho que desea dejar de ser un hombre de madera y convertirse en un ser humano), sino que parece actualizar el método del diálogo platónico para tratar de alcanzar alguna verdad y conocerse a sí mismo: puede que Esteban tan sólo tenga que recordar algo que ha olvidado o que lograron borrar de su mente.

Una última cosa: al principio de la novela, el protagonista confiesa que tiene por costumbre transformar ciertos nombres y algunas palabras en imágenes. Me propuse hacer lo mismo con "Memorias de un hombre de madera", convertirla y explicarla a través de una imagen: como el maniquí de la portada mirándose reflejado en el espejo, me imagino a mí mismo de niño, encerrado en casa una tarde de verano —quizá por la lluvia, quizá porque no soy consciente del tiempo— leyendo uno de esos libros que por primera vez nos apasionan. Con esta novela he vuelto a leer mi primer libro. No se la pierdan.

Publicado en soitu.es (21-6-09)


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