la caída del imperio austrohúngaro

14 de agosto de 2009
qué tiempos...

¡Por fin llegan las vacaciones! Tras un largo año aguantando al gruñón de tu jefe y a los necios de tus compañeros coges el mes que te corresponde y con tu jornal mileurista partes con tu trolley buscando el relax que crees haber ganado. Es entonces cuando feliz por comenzar una vida mejor, te das cuenta de que hay unos jóvenes que te miran relajados y alborozados pues gozan de casi tres meses de vacaciones, un infinito que tú también pudiste disfrutar. Es entonces cuanto te entra la nostalgia o el arrepentimiento.

Son esos años de estudiante los que hacen que durante el verano se multiplique el tiempo y las experiencias. Es justo en esos largos veraneos cuando se produce el reencuentro con los amigos del pueblo en torno a un viejo futbolín o se comen cientos de pipas con la pandilla sentados en el parque. Al ver ahora estas escenas es cuando te embarga un sentimiento de envidia y melancolía, la misma sensación que he tenido al leer la novela 'Los rebeldes', de Sandor Màrai.

Publicada recientemente por Salamandra, narra las peripecias de un conjunto de amigos en una pequeña ciudad del Imperio Austrohúngaro. Mientras las potencias europeas se baten en la I Guerra Mundial, la localidad como el pueblo de Asterix permanece al margen, transcurriendo todo con cierta normalidad. Allí un grupo de bachilleres a punto de ser llamados a filas agotan sus últimas semanas de libertad y rechazan entrar a formar parte de una realidad con la cual no se sienten identificados.

Ábel, Erno Béla y Tibor se las van a ingeniar para confrontarse con el mundo adulto no de manera directa, como en la novela juvenil del mismo nombre de Susan E. Hilton (recomendable la versión cinematográfica de Coppola), sino a través del escondite y el juego. Con el dinero que roba uno de ellos del ultramarino de su padre alquilan una habitación donde van a crear un universo propio lleno de objetos inservibles y vestimentas estrafalarias. Un espacio para evadirse del ambiente maduro al que ya casi pertenecen. La bebida y el tabaco, no podría ser de otra forma, presidirán las reuniones mientras los aspirantes a la vida juegan a las cartas o inventan mil historias, incluidas las sexuales, todas ellas falsas como merecen serlo a esa edad.

Elegante hasta en las portadas

El ambiente y aprendizaje burgués de los estudiantes es el propio que Màrai tuvo y que aparece plasmado de manera aguda e inteligente en sus 'Confesiones de un burgués'. Esta educación aparentemente disciplinaria y severa otorga un amplio margen a los muchachos, cuando están sus padres ausentes, para ejercitar sus acciones con cierta manga ancha. Su rebeldía juvenil y propia del abandono adolescente tendrá como coparticipe a un extraño personaje, un actor cómico cuarentón llegado a la ciudad que comienza a ejercer sobre ellos una influencia maliciosa.

Será él quien definitivamente provoque la debacle de la amistad entre los chicos. Lo que antes eran confesiones y noblezas van a sufrir el acoso de la deslealtad relevando un aspecto paralelo a su grupo que ha permanecido oculto pero que cierra definitivamente esa etapa de sus vidas. Es la traición lo que les introduce en un mundo que antes rechazaban. Les toca ahora asumir las responsabilidades y las consecuencias que conllevan sus actos, ya no caben escondrijos ni guaridas. Así el desenlace no puede más que ser el que por correspondencia con el estilo y distinción de la sociedad que habitan y que inexorablemente les toca asumir, el mismo hecho dramático que Màrai tomó para sí.

Es esa elegancia literaria tan decadente y romántica que le asemeja a nuestro querido Zweig, lo que discurre por toda la obra con unos personajes que nos cautivan y nos desencantan según vamos avanzando en la lectura. Los diálogos brillantes y lúcidos juegan con las palabras y las sitúan en el equilibro oportuno, aunque a veces algo barroco y teatral, que no desmerece al autor sino que lo sitúan en esa estupenda literatura de entreguerras que para nosotros sigue estando vigente.

Màrai publicó 'Los rebeldes' en 1930 y fue su primera obra de éxito. Al final de su vida y a petición de su editor revisó el volumen para que fuera publicado con el resto de la dinastía de los Garren, 'Los celosos' y 'Los ofendidos'. Por ello, intentó aumentar la armonía y el ritmo del relato y eliminar escenas referidas a la pasión homosexual que podían distraer la atención de la trama. Lo sentimos Zerolo.

Publicado en soitu.es (13-8-09)


,