Estupefaciente Cocteau

3 de noviembre de 2009

Vivir es una caída horizontal. Sin esa sustancia, una vida perfecta y continuamente consciente de su velocidad sería insoportable.

Aunque Jean Cocteau (1889-1963) siempre había coqueteado con las drogas y demás sustancias perniciosas para la salud, sería a raíz de la muerte de su amante, el joven Raymond Radiguet, cuando lo esporádico cedió su lugar a la adicción. A partir de ese momento, el ingreso del poeta en diferentes centros de desintoixicación se tornará demasiado frecuente. Sería precisamente en una de aquellas clínicas donde el escritor se dejó arrastrar por lo que él denominaba su "yo profundo" y, recogiendo su dictado, dio forma a la extraordinaria Los niños terribles y concluyó Opium, un diario en el que dejó apuntadas sus reflexiones sobre esta sustancia y que acaba de reeditar Backlist.

Como tantas otras obras de Cocteau, ésta ofrece una cierta sensación de ligereza, pero una lectura atenta nos lo presentará como un libro repleto de matices y que se inserta en la estupefaciente tradición de autores como De Quincey, Baudelaire, Boissière o Laloy. Sin embargo Opium no es una defensa de la droga (tampoco una condena) sino una interpretación personal y única de esa lengua viva que susurra el ensueño de la droga. En este sentido se trata de un libro honesto que afronta un tabú que la sociedda elude, pero también supone una cartografía completa del territorio de este original autor. Y las líneas de este mapa pueden retorcerse para transformarse en escritura del mismo modo en que el escritor las libera para ofrecer un alucinado retrato de su día a día.


humor amarillo

Siempre me ha sorprendido esa capacidadde Cocteau para mitificar lo cotidiano, para insuflar vida a antiguos fantasmas y transformarlos en personajes literarios. Así sucedía en Thomas el impostor (¿cómo pudimos dejarlo de lado en nuestro artículo sobre la impostura? no tenemos perdón...), obra con la que descubrimos a nuestros amigos de Cabaret Voltaire, quienes ahora nos acercan una nueva obra del autor francés: La gran separación, en traducción de Montserrat Morales, quien también firma las notas introductorias a esta novela de educación sentimental, en la que seguimos a Jacques Forestier en su deriva producto de una pasión sin objeto. Esa pulsión difusa, manifestada a raíz de un viaje iniciático -¡cómo no!- a Venecia, se convertirá en un amor obsesivo por una madura actriz de revista (no en vano le grand écart era el nombre de uno de los más populares pasos que podían verse en los cabarets de la época por el cual las bailarinas se abrían completamente de piernas para congestión y disfrute de un público mayoritariamente masculino).

en brazos de la mujer madura

Cocteau formula en esta obra una suerte de nueva teoría de los complementarios mediante un juego de parejas escindidas. Parejas que, pese a encontrarse en el abrazo sexual, no pueden escapar a la inexorable condena de saberse mutilados de antemano. Así, lo que el protagonista parece encontrar en Germaine es la posibilidad de amarse en ella, un medio de objetivar ese deseo vago y completarse, algo que, como tendrá ocasión de comprobar el lector (o el escéptico) resulta imposible. En este sentido, la relación entre ambos personajes tiene esa intensidad rara que favorecen ciertas drogas, pero que al despertar nos sumen en un estado de desesperanza al que es imposible sustraerse. Cocteau sabe que el vago deseo de belleza puede resultar fatal. Sin duda... pero ¿cómo resistirse a esa sombra sin sustancia?.

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