Nunca conocí a Francisco Ayala

4 de noviembre de 2009

Nunca conocí a Francisco Ayala. Pero estuve muy cerca de hacerlo en una ocasión, cuando tan sólo la timidez y la distancia que impone la admiración impidió que me acercara a su mesa cuando le vi por primera vez en aquella terraza madrileña. Sabía que vivía cerca de ese mismo lugar (en realidad sabía muchas otras cosas sobre del escritor) y desde ese momento me dediqué a planear cientos de imaginarias emboscadas para abordarle aunque sabía que nunca llegaría a perpetrarlas.

Fue a medida que tramaba ese asalto que fatigué sus libros, una obra múltiple y llena de contrastes que me ayudaron a comprender ese mundo que todavía nos alumbra y que son un valioso equipaje para quien se acerque a ellos. Tiene razón Mainer cuando señala que es la inteligencia el don que unificaba las múltiples facetas de Ayala. Obras que son la mejor expresión de ese pensamiento claro, de una dignidad sin fisuras.

Finalmente fue una llamada torpe, atropellada, la que me puso en contacto con ese tiempo, ahora con su muerte definitivamente abolido. Francisco Ayala solía decir que vivía de prestado. Creo que en realidad quienes le acompañamos de prestado fuimos nosotros.

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