El maracanazo de Landero

13 de enero de 2010
Nunca se ha vuelto a conseguir juntar más de 170.000 almas en un estadio de fútbol. El Brasil de Friaça, Zizinho y Jair venía de endosarnos un 6-1 (solitario gol de Igoa que ni siquiera puede considerarse el de la honra) y se plantaba invicta en el partido decisivo del mundial de 1950 contra Uruguay, un gran plantel por entonces pero lejos de la anfitriona del torneo. Se puede decir que todo estaba preparado para la celebración cuando Alcides Edgardo Ghiggia decidió saltarse el guión y anotó el gol decisivo para los charrúas que acabó por silenciar el estadio jornalista mário filho, más conocido como Maracaná. Las crónicas posteriores al encuentro hablan de motines en la ciudad, tentativas de suicidio, un presidente de la FIFA que se quedó en blanco a la hora de colgar los metales... blanco, un color que los brasileños dejaron de utilizar desde entonces en sus elásticas para popularizar la canarinha, que tan buenos resultados les ha traído desde entonces. Hoy ese episodio se conoce como el Maracanazo y trae muy diferentes recuerdos a cariocas y uruguayos.

el principio del fin


Yo, al menos por lo que sé, no pertenezco ni a unos ni a otros, pero también el maracaná me trae ciertos recuerdos, aunque de diferente signo. Les cuento... Mi Maracaná está situado -sí, allí sigue. ayer mismo lo comprobé- en la muy madrileña Plaza de Olavide (por la que el bueno de Umbral perseguía al mocerío). Tal vez le tenga cariño a esta aceitosa freiduría porque en su barra dejé buena parte de mis riñones y mis ahorros. No lo digo por decir... Si se fijan bien podrán ver la hendidura que ha dejado mi codo a lo largo de estos años sobre el mostrador. Chamberí fue un lugar en el que perderse cuando todo en mi casa comenzaba a saber amargo... pero orillemos la autobiografía que sólo a mi -y tal vez a mi psicólogo- importa. Ayer volví a asomarme por allí tras tropezarme con su nombre en la última novela de Luis Landero, en la que baraja capítulos de un desorden sentimental y los vuelve a hilvanar en una novelita que se apura de un sorbo, como un buen vermú:

Fíjese, el Maracaná, por ejemplo. ¿Sabe usted por qué se llama así? Porque, allá por los años cincuenta, unos cuantos tipos se reunían en en ese lugar para escuchar las retransmisiones radiofónicas de la selección brasileña de fútbol. Como era muy de noche, y eran varios los allí reunidos, tuvieron que solicitar un permiso al Ministerio de Gobernación. Y uno de ellos que era electricista se las ingenió para hacer una antena con un alambre y una cacerola. ¿Tanto les gustaba el fútbol? ¡Qué va! Lo que les gustaba era la clandestinidad, el introducir alguna excepción en sus vidas, y sobre todo el propio invento de la radio, es decir, la fe en la ciencia, en el progreso, el prodigio de lo racional.



Si lo de la cubierta es Chamberí yo soy Juan Cruz...

La imagen que Landero nos ofrece de los españoles cetrinos y hambrientos de los cincuenta alrededor de un transistor, como apóstoles a la mesa o intentando sintonizar Radio Pirenaica, animados por la posibilidad de soñar a Zizinho, a Bauer, al eléctrico Friaca, a Chico... tiene su aquél, aunque Santi -que lleva ya unos cuantos años al frente del bar- nos advierte que en todo ello hay algo de trola. No obstante debo aclarar que tras saber que parte de lo anterior es una impostura, mi respeto por el autor, lejos de agrietarse se ha agigantado y terminé por devorar la novela al llegar a mi casa. Y cabe añadir que "Retrato de un hombre inmaduro" (Tusquets) tiene espacios estupendos como el que continúa a la presentación del maracaná y en el que uno podría reconocerse cambiando el nombre del bar de Olavide por el que ocupe el centro neurálgico de la geografía emocional de cada uno de ustedes:

Muchos años después, también unos cuantos nos reunimos allí, ya sin fe ni secretismo, pero aportando cada cual sus opiniones y creencias, que ésa es el alma del negocio, levantar cada tarde allí un teatrillo de controversias y afinidades en el que nosotros somos los empresarios, los dramaturgos, los actores y los espectadores. Todos hemos ido trabajando nuestro personaje, matizándolo de tal modo que hasta los lapsus, las improvisaciones, las incoherencias están, digamos, dentro del guión. Y esa confusión más o menos controlada, ese poner cierto orden en el fárrago de la vida, nos concede a todos una seguridad, un lugar estable en el mundo.


you only tell me you love when you´re drunk... (PSP meets Vitelone)
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Pues eso: un buen libro, pero un mejor vermú... o vermut, que de ambas maneras puede y debe beberse. Salud.

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Coda: Siempre me había intrigado la figura de pablo, uno de los camareros del maracaná. Un tipo taciturno, con un cierto deje sardónico cuando arruga la boca, como si estuviera riéndose de algo que sólo él conoce. Ahora yo también lo sé. Se sonríe cada día que entra en el bar y no deja de hacerlo hasta que se desabrocha el mandil. Pablo es uruguayo. quién se lo iba a decir...


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