La nave de los locos

23 de mayo de 2010


Soy un cangrejo. Cada mañana, tras intercambiar un neutro saludo con mis compañeros que apenas quiere decir nada, me siento en la mesa que me han asignado y enciendo el ordenador. Desde ese instante pienso en como no hago otra cosa que ir hacia atrás y que todos los futuros que imaginé en algún momento de mi vida han terminado por convertirse en pasados posibles. Y aunque nací un mes de julio en una ciudad que apenas piso y en la que no me quedan amigos, mi signo zodiacal no tiene nada que ver con que desde hace semanas sólo piense en crustáceos cada vez que entro a trabajar.

Este pensamiento viene siendo recurrente desde que leí Kanikosen. El pesquero de Takiji Kobayashi recientemente publicado por la editorial Ático de Libros. Habría mucho que escribir sobre como un libro publicado hace más de ochenta años en Japón se ha convertido recientemente en un inesperado best seller en su país y que aquí, en España (donde ya va por la segunda edición), sean muchos los que se han enrolado en esta salvaje nave de los locos. Habría mucho que escribir, pero si uno consigue levantar la cabeza y mirar alrededor comprobará que no hace falta, que la historia de la explotación puede seguir leyéndose en clave contemporánea.


un mar opaco del color de la pizarra...


“Vamos hacia el infierno” nos advierte el primer pescador con el que tropezamos al abrir el libro. Y hacia allí mismo parece que zarpa el Hakko Maru, un pesquero golpeado por olas salvajes en algún lugar perdido del mar de Kamchatka mientras cientos de hombres enterrados en vida son sistemáticamente vejados por el mando de la embarcación. Podríamos vincular Kanikosen con la tan denostada estética de la literatura realista por el uso que el autor hace de la obra para vehicular sus ideas y por su marcado sentido militante (ideas y militancia que le costaron la vida al escritor). Podríamos... pero sería un error enredarnos en ese debate y no fijarnos en sus marcas diferenciales que desbordan un molde que resulta estrecho para hablar de la obra de Kobayashi. Y es que, en su caso, la economía verbal no desecha la finura perceptiva, logrando mantener un aire brumoso que envuelve la cubierta del barco y al mismo lector, sumergiéndolo en la dimensión alucinatoria de este viaje a la locura. No he visto las versiones cinematográficas del libro, pero mientras lo leía me ha sido imposible no revivir la angustiosa sensación que me produjo Das Boot de Wolfgang Petersen.

La tripulación bullendo como gusanos en las inmundas literas del Hakko Maru nos muestra que no existe mucha diferencia entre los marineros del pesquero y los cangrejos atrapados en sus redes. Mientras me empeño en aburrirles escribiendo esto veo frente a mí el ejemplar de Kanikosen y pienso en que mañana debo volver a sentarme en mi mesa y encender de nuevo el ordenador. Entonces comienzo a escuchar el sonido de miles de pinzas y patas arañando la cubierta tratando de escapar...

Nomeseaschulo

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5 comentarios

  • Mr.Zittel says:

    Y ese barco... ¿es el barco de Lost?, ¿es el de Fitzcarraldo?... ¿el de Chanquete?.

    Buena reseña, pero la berza ya me sabe rancia a estas alturas.

  • Yo leí la novela en el trayecto del tren y la verdad es que me pareció bastante mejor que muchas de las obras españolas de aquellos años en esa misma línea. Sin embargo es verdad que muchas veces los personajes son meros medios para vehicular ideas... lo cual no debería ser malo, pero en este caso, sí. Aún así se disfruta.

    La misma editorial editó también "Mi tío Napoleón", un ejemplo de como hacer un libro político sin cederlo todo a la política.

  • Anónimo says:

    Mi trabajo tb es un puto Kanikosen!!! Y lleno de jodidos patrones amarillos... pero por la envidia.

  • Me estoy comenzando a enfadar.... ¡buenas noches!.

  • Vaya, estuve a punto de comprarme Kaikosen pero al final lo dejé para otro momento y me fuí a rodar en mi bici.

    Un saludo