LITERATURA DE CALDERILLA: ALIMENTA TU MENTE.

13 de junio de 2008

Sorpresa e indignación. He de confesar que todavía no he resuelto el conflicto que me supuso la visión en un Intercambiador de Transportes madrileño, de un expendedor de libros. En un corredor de entrada se halla junto a las ya tradicionales máquinas de refrescos y snacks, un aparato de igual tamaño y forma pero de fin totalmente distinto. Se trata de un artefacto que surte de obras literarias a los viajeros del transporte público.

Al principio me sorprendió la idea, luego pensé que al igual que se puede comprar (por capricho o apetencia) un refrigerio o un tentempié, también es justo que se pueda adquirir un libro. Incluso en lo más profundo de mi ser, creo que me alegré. Imaginar que alguien pueda sacar de un sofisticado aparato un ejemplar podría significar, disculpen mi inocencia, que la gente gusta de leer, o mejor todavía, que la gente consume tanta literatura que no puede prescindir de ella en un solo trasbordo. Sin embargo, bastó una vista a mi alrededor para ratificar lo equivocado de mi premisa pues en el andén del metro, nadie, salvo un indolente adolescente disfrutaban de la lectura en ese momento. La mayoría de viajeros babeaban ante las pantallas planas y estilosas del Canal Metro de Madrid .

Ante los hechos, cambié de planteamiento: ¿Quizá lo verdaderamente importante era que el sistema de venta del libro se estaba modernizando? Modernización que no parece afectar al formato papel original sino a la manera de adquisición. La revolucionaria novedad radica en que ya no tendríamos que ir a esas tiendas donde se ofertan libros, eh….librerías, eso, librerías se llaman, ni pasearnos entre estantes, ni preguntar a nuestro habitual librero por alguna recomendación. Gracias a la mecánica, todo esto sería pasado. Podrían ahorrarse con el invento cientos de horas en engorrosos desplazamientos al acercar los puntos de ventas a los lugares de tránsito. ¡Viva la simplificación!. A partir de ahora no nos debatiremos entre qué libros comprar, la empresa reponedora nos aclara la selección, reduciéndola por cuestión material a 20 títulos, más o menos famosillos, entre ellos al menos uno de autoayuda. Las expendedoras, utilizaré el femenino que es más sugerente, se multiplicarán por gasolineras, pubs de alterne o polideportivos, todo será rápido e higiénico. Ya no sólo pediremos suelto para aparcar o comprar tabaco sino también para leer. "Paco, cámbiame para libros", resonará en los bares españoles.
Lo mejor sin lugar a dudas de esta máquina es la manera en la que sirve los libros. No, no se piensen que han cambiado el diseño o han intentado introducir algún elemento de transgresión, como en el caso del proyecto artístico de La Más Bella, sino más bien al contrario. Lo que me fascina es que han sabido adaptar la expendedora clásica a una 'mercancía' que nada tiene que ver con un consumo instantáneo.

El procedimiento es el mismo de antaño: metes la moneda por la ranurita, lees la sinopsis que te incorporan en el exterior del armatoste, eliges la edición de bolsillo que más se asemeja a tus gustos (cosa que pongo en entredicho, salvo honrosas excepciones) y de repente te escupe tu elección. Elimina de un vuelo la sonrisa amable de la cajera del gran almacén o el intercambio de complicidades con tu habitual librero. Ahora recoges tu libro, maltratado por una irracional máquina y te vas tan contento a disfrutar de él.

Lamento mi poca indulgencia con esta práctica, algunos dirán a modo de defensa que existe una literatura que merece ser presa de estas garras mecánicas, e incluso que sería el lugar perfecto para exhibir las novedades de Pérez Reverte o Ruiz Zafón. Y en cierto modo estoy de acuerdo, si esto no significara aceptar la mayor capitalista de convertir todo elemento en mero producto de compra-venta. De esta forma se limitan las peculiaridades y características intangibles que envuelve cada objeto, reduciendo todo a cifras y números, radicando ahí su legitimidad o calidad. Incluso compartiendo parte de la apreciación económica (muy a mi pesar), no pienso renunciar al principio, uno al menos tengo, de que los productos no deben ser tratados por igual.
Un libro, por lo que es y representa, no puede ser golpeado y maltratado por un ser absurdo como una expendedora. El libro es un medio de transmitir cultura, aunque no todos lo son, y esta consideración es la que debe estar presente en todo el proceso, desde la creación intelectual, la producción, la comercialización y posterior disfrute del lector.

Porque el placer último de la lectura también está ligado al lugar de compra, no debemos renunciar a seguir manteniendo la relación con la librería y lo que ésta representa. Por consiguiente y si de mí dependiera, condenaría a cadena perpetua al ideólogo de esta gilipollez que es la expendedora de libros. Seguro que en su empresa le han felicitado por tan brillante ingenio, solo espero, de corazón, que en este caso el sistema capitalista funcione de verdad y haga que por el escaso número de ventas tenga que sustituir los ejemplares por paraguas, gafas de sol, abanicos o peluquines de astracán. He dicho.

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