ERECCIONES LITERARIAS

13 de agosto de 2008
(admirado) Quim Monzó retratado
por Daniel Mordzinski

A quién no le ha pasado alguna vez: en el momento más inesperado e importuno, nuestro cuerpo reacciona de la manera más vergonzosa. Hoy hablamos de literatura y de erecciones, ambas estimuladas en pleno mes de agosto por el calor veraniego. Dicen que en esta época del año leemos más, y aunque del otro tema no se hable tanto, parece que es más fácil la estimulación visual y táctil de nuestro cuerpo.

Nosotros trataremos (como solemos hacer) de no ponernos muy pedantes en el primer caso, ni demasiado grotescos en el segundo; las referencias a los estímulos sexuales siempre serán más recomendables en la sección de Sexo en soitu.es.

A pesar de que la exhibición pública de una erección, aunque inevitable, siga siendo gravemente cuestionada y castigada con miradas recriminatorias, las recomendaciones literarias de Tipos Infames llegan hoy relacionadas por esa involuntaria relajación del control mental sobre los órganos sexuales.

El primer caso de exhibicionismo público y reprobación moral es el de Ramón María, protagonista de 'La magnitud de la tragedia', el irónico título de la novela de Quim Monzó (Anagrama, 1990). En las primeras páginas, Ramón María, logra llevarse a la cama, tras el necesario cortejo y cena, a la mujer de sus sueños, María Eugenia, la vedette principal del teatro en que él trabaja tocando la trompeta. Pero estando ya muy borracho y una vez desnudos no hay forma ni artimaña erótica capaz de hacer que aquello se levante para cumplir su función: su entrepierna no pasa de ser "un trozo de carne" flácido. Si tal gatillazo puede considerarse trágico, la auténtica "magnitud de la tragedia" sobreviene cuando poco después el miembro del trompetista se active ("la viga en el espinazo, el árbol de caucho y el torpedo caliente") y tal tumescencia no le abandone el resto de la novela. Un gran reto para el novelista Quim Monzó (a quien admiramos sobremanera como cuentista): mantener el interés del lector en una trama basada en las peripecias de un hombre y "el monstruo que lo acompaña a todas partes", visitando tanto a médicos como a felatrices profesionales, buscando en ambos una posible solución a su problema.

¿A quién le mide más la tragedia?

De forma parecida al Bloomsday que homenajea en Dublín la obra más conocida de James Joyce o la conocida Noche de Max Estrella en Madrid, os proponemos realizar, de la mano de Ramón María, inevitablemente empalmado, y de María Eugenia, un pequeño recorrido turístico por Barcelona:

"Lo hicieron en la única portería que encontraron abierta, después de haber descartado catorce cerradas. Lo hicieron escondidos detrás de los leones de la estatua de Colón, y en una boca de metro vallada, y entre los toldos de los encantes del mercado de San Antonio, mientras oían el fragor de las ruedas de hierro de las cajas de los comerciantes, que cruzaban la calle Comte d’Urgell. Contemplaron cómo se alzaba el sol desde la terraza de una cafetería de la plaza Cataluña. Volvieron a hacerlo en una biblioteca de la Caixa, y en funicular del Tibidabo, y en el camino que lleva a la perrera. Y en una de las salas de Sancho de Ávila. Y en las escaleras del campo del Barça. Y detrás de la gasolinera de la Arrabassada, y en un confesionario de la catedral, mientras oían las voces apagadas de los turistas que recorrían la nave admirando arcadas, columnas y vitrales. Y en un tinglado del puerto. Y en la azotea de la Pedrera. Y en los jardines de Montjuïc. Y en el aparcamiento de la residencia de la Vall d’Hebron. Y al lado de las instalaciones deportivas de Can Caralleu, que estaban cerradas. Después fueron a la casa de María Eugenia, se sentaron en la cocina y comieron. Ramón María le pidió un cigarrillo, lo encendió, inspiró, expiró y le puso la mano en la rodilla; ella se echó atrás.
- Una pausa".

Si en el caso clínico de la exacerbada situación de Ramón María no parece haber explicación posible para su "tragedia", tenemos otra recomendación literaria en que las causas de la involuntaria disposición eréctil de su protagonista, aunque extrañas, sí pueden argumentarse.
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Hasta el invisible Thomas Pynchon ha salido en Los Simpsons

En El arco iris de gravedad (Tusquets , 2002), la exagerada novela (aunque sólo sea por las más de 1.100 páginas) de Thomas Pynchon , su protagonista carga con un obsceno problema: no podrá evitar la erección del sexo siempre que se dispare y caiga una bomba V-2 alemana. Estamos en la bombardeada ciudad de Londres hacia el final de la 2ª Guerra Mundial, Tyrone Slothrop es un maduro soldado estadounidense que de niño sufrió un experimento de condicionamiento 'pavloviano' en sus órganos sexuales, y los mismos materiales con que lo estimularon entonces forman parte de los componentes que ese específico cohete-bomba contiene.

En la prosa de Pynchon hay de todo (y mucho) y por idénticas características unos le odiaran y otros le adoraran . A modo de rápido inventario se me ocurre: ramificaciones constantes en pequeñas tramas, abundancia de datos que no sabemos manejar, descripciones mecánicamente precisas, a veces líricas y casi siempre sorprendentes, por muy insustancial, obsceno o escatológico que sea el pasaje en cuestión... Un maravilloso ejemplo puede ser la descripción de la comida preparada por Pirata a base de bananas (quizá en referencia al órgano sexual masculino). Un festín de postín:

"Con estruendo de sillas, de cajas de proyectiles puestas en posición vertical, de bancos y otomanas, la cuadrilla de Pirata se reúne en torno a la gran mesa de refectorio, isla sureña que cruzó más de un trópico en las desapacibles fantasías medievales de Corydon Throsp, atestada ahora, sobre las remolinantes vetas oscuras de nogal de sus alturas, de tortillas de banana, bocadillos de banana, bananas a la cacerola, bananas machacadas a las que un molde había dado la forma de un león británico rampante, bananas mezcladas con huevos batidos para un brindis a la francesa, bananas exprimidas a través de la boquilla de una manga de pastelero para formar las palabras 'C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre' (atribuidas a un observador francés durante la Carga de la Brigada Ligera), que Pirata se había apropiado como lema... Altas vinagreras llenas de pálido ámbar de bananas, para su vertido en forma fluida sobre buñuelos de bananas, una gigantesca vasija de barro esmaltado en la que estuvieron fermentando, desde el verano, bananas cortadas en cuadritos con miel silvestre y pasas, de la que, en esta mañana estival, uno se sirve, con un cazo, espumeantes jarros de aguamiel de bananas... Medialunas de bananas, kreplach de bananas, compota de bananas, pan de bananas y bananas flameadas con el añejo coñac que Pirata trajo el año pasado de una bodega de los Pirineos en la que también había un transmisor de radio clandestino..."

Dos libros muy distintos, unidos por las vergüenzas de sus protagonistas y las formas posibles para tratar de ocultar la vergonzosa evidencia: la parte más animal del hombre se manifiesta espléndida cuando menos falta hace.

Publicado en soitu.es (10-08-2008)


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