Sentencia tras sentencia (todas ellas billantes y divertidas), y perdiéndose constantemente en menandros y divagaciones, la novela se construye a través de la voz de Benito Torrentera, profesor de filosofía que a sus cincuenta años -un viejo sin concesiones ni eufemismos, según él- pierde el culo por una jovencita que trabaja en un Seven Eleven, y a la que ayuda a ocultarse y escapar, no por principios racionales sino más bien por motivaciones de viejo verde. Ya me entienden.
De entre los muchos subrayados entresaco este fragmento. Tras volverse a perder en digresiones y observaciones de todo tipo, vuelve en sí para resumir de esta forma su vida.
"[...] Me he desviado otra vez. Vuelvo: no hay nada entre mis veinte yEn lo referente a lo peligroso y poco fiable que pueda ser alguien que crea en un sólo "libro", Benito Torrentera tiene también algo que decir:
cincuenta años sino libros comprados con esfuerzo, innumerables tazas de café,
alcohol en las cantinas, prostitutas llamadas Susy, Conie, Melanie, películas en
cineclubes donde se miraba mal a quien comiera palomitas, alumnos desprovistos
de cerebro, mal comidos, dietas ingratas encaminadas al ahorro de unas cuantas
monedas para cubrir los abonos de mi departamento. Allí están todos mis
recuerdos y ahora que estoy más cerca de la tumba que de la matriz, me enfrento
de nuevo a la misma conclusión, el tiempo es una ilusión, no un problema
filosófico, sino un fraude."
"A pesar del descrédito actual de los libros, pueden ser muy peligrosos en
manos de un idiota."
(extraido de Guillermo Fadanelli, Lodo. Anagrama, 2008)
Anagrama, Guillermo Fadanelli