Tras los pasos de Carla Bodoni

25 de diciembre de 2009
Raymond Roussel: si no existió, había que inventarlo


Los infames miembros del cenáculo, crueles cancerberos que con altanería resuelven qué libros deben acceder al parnaso literario, ejercen su poder en las sombras, embozando sus rostros ante una opinión pública que, con su indudable sabiduría, no dudaría en reprobar tan vil acometer.

Podría estar hablando de los tipos infames, pero no.

En realidad tales palabras corresponden a la última columna que El Duende de Carrere y Aragón escribió para el semanario Mundo Gráfico en 1917. En ella, el castizo plumilla trataba de desenmascarar la existencia de un inquietante cenáculo conocido como el Club del Expurgo, cuyos miembros entregarían a las llamas las obras colocadas por su dictamen bajo el signo de Némesis, paso previo a su completa desaparición. Y hablando de desapariciones... nunca llegaron a esclarecerse los hechos que condujeron al citado cronista a arrojarse desde lo alto del Viaducto madrileño. ¿Qué había detrás de todo esto?.

Intrigados por la existencia de este grupúsculo purista, decidimos subir las escaleras de la Biblioteca Nacional para consultar las actas de dicha organización que, según recientes informaciones, debía albergar tan docta casa gracias a la donación de un misteioso particular. Tras una larga y penosa gestión y a la intercesión de la conservadora jefe pudimos al fin acceder a la documentación del club, cuya negra mano se rastrea tras la desaparición de la obra de algunos de los más conocidos escritores de nuestros días como Juan Cruz, Almudena Grandes, Juan José Millás o el ínclito eyaculador interior conocido como Fernández Sánchez Dragó, quien ostenta el dudoso record de manuscritos expurgados por la organización, entre los que se encontrarían obras como Las Españas de mis abencerrajes, España y gesta: communis opinio, Dragonatarum hispánicas, numantina y bella España o El año que me follé a España, obras sin duda destinadas a corregir el errático rumbo de las letras patrias.

Sobrecogidos y excitados a un mismo tiempo fatigamos las actas y demás documentación para comprobar la ramificación internacional de los expurgadores, quienes habrían venido atentando en diferentes países y en diferentes épocas desde que el místico Diego Torres Villarroel viera desaparecer sus memorias allá por el dieciocho. ¿Quiénes eran estos justicieros amigos de lo ajeno, capaces de desafiar las leyes de los hombres para evitar que nefandos textos vieran la luz?. Apuntamos las antiguas coordenadas y tras ver sus correspondencias actuales nos dirigimos a la calle del rollo donde, según nuestros cálculos, debía estar situada la sede del Club del Expurgo.
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retablo de imposturas


Bajamos por la calle Segovia, la misma que vió el último vuelo del duende de Carrere y Aragón, y tomamos la calle del Rollo para iniciar la búsqueda. Tras comprobar la ausencia de una placa municipal iniciamos un interrogatorio entre porteros, loteras desdentadas y alguna esquinera madrugadora y gracias a las indicaciones de un cartero nos dirigimos a una tabernilla en donde, según él, se reunen a diario unos tipos muy raritos. Cuando atravesamos la puerta del abisal tugurio, la aguardentosa presencia del camarero gallego es la única que encontramos. Agotados y sin esperanza pedimos algo de beber antes de reparar en una mesa con evidentes signos de haber estado ocupada recientemente como delatan las colillas todavía humeantes y las consumiciones sin apurar. Sobre la mesa, una foto de Arturo Pérez-Reverte y un artículo en el que anunciaba la próxima publicación de Asedio, la nueva descarga de testiculina y floretes del esclarecido cartagenero que amenaza, según su autor, con superar a todas sus obras anteriores. Tras un intercambio cómplice de miradas los infames nos abrazamos ante la atónita mirada del propietario del bar. No es tarde todavía...


¡voto a bríos! ¿donde coño está mi libro?


Quien quiera saber más sobre el Club del Expurgo, encontrar el ejemplar del Ulysses en el que figura el acróstico "James Joyce es un hijo de puta encantador", conocer la existencia de un ismo ramoniano perdido o en que demonios consiste la labor de un creador de autores bajo demanda, sólo tiene que hacerse con Rara Avis (Montesinos), el delirante artefacto de Ignacio Caballero y Blanca Gago. Se lo están perdiendo.


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3 comentarios

  • no me hagan mucho caso, pero me atrevería a decir que no hay en la bolsa de Don Arturo otra cosa que la cabeza de un francés hideputa

  • Queridos amigos, con esta entrada han desencadenado ustedes acontecimientos imposibles ya de contener. Sospechamos que desvelar los inmediatos planes del Club del Expurgo habrá provocado, a esta hora, la interrupción ejecutiva de la Acción Pérez-Reverte. Tengan en cuenta que ante las brechas de seguridad el Club del Expurgo actúa de dos formas: la primera ya la conocen por el llorado Duende de Carrere y Aragón. El segundo método, menos expeditivo, consiste en la “invitación” a formar parte del Club del Expurgo. Les aconsejamos esperar con serenidad el juicio del Club mientras ponen todos sus asuntos en regla.


    Un afectuoso saludo

  • No sé o sí sé que no lo compraré.