“Il n´est pas donné à tout le monde d´aller à Barcelone” (Un extraño documento...II)

26 de febrero de 2010

En un post anterior habíamos dado a conocer el extraños documento que hasta nosotros había hecho llegar nuestro amigo Henry Gundamiën de la fundación rara avis. Según éste, unas notas de Francis Picabia en la revista Dada podrían arrojar nuevas pistas sobre la existencia de los “affreux bonshommes” (algo así como la versión francesa de los Tipos Infames). Con el paso del tiempo, y metidos como estamos en un berenjenal que nos mantiene alejados de este blog, casi habíamos terminado por olvidar el asunto hasta que, indagando en la vida del artista, uno de nosotros se topó de bruces con la escritora Juliette Roche, más conocida como Juliette Gleizes, quien tuvo una estrecha relación con Picabia durante la estancia de ambos en Barcelona durante 1916.

Por aquellos años la capital catalana se había convertido en un avispero de desertores y de algún que otro espía que operaba a espaldas de la Primera Guerra Mundial, una contienda que llevó hasta Barcelona a una importante camarilla de artistas europeos. Durante el tiempo que pasó allí, Picabia tuvo tiempo de lanzar un poco exitoso proyecto de revista de vanguardia y de conocer los billares del Paral.lel en compañía de Albert Gleizes, cuya mujer dejó constancia de aquellas noches de licor y salitre en un hermoso poemario que volvió a ponernos sobre la pista de los "affreux bonshommes":

Independencia / la cocaïnomane nécessaire / le chanteur andalou / le boxeur noir et le déserteur anglais/ au fond du bar les roïns homenots / assemblent les machines.

(“Independencia” en Demi Cercle. París, 1920)



Billares Independencia

¿Estábamos yendo demasiado lejos en nuestras suposiciones?. Tal vez las ganas de establecer un vínculo y el pacharán podrían estar obrando en nuestra contra... ¿Pero cabía la posibilidad de que estos “roïns homenots” fueran los mismos “affreux bonshommes” que mencionaba Picabia?.

Intrigados por este extraño paralelismo decidimos ponernos en contacto con el especialista Sébastien Lemoine aprovechando su breve paso por Madrid para asistir a una conocida feria de arte contemporáneo. Tirando de agenda logramos compartir un café con él, planteándole nuestras dudas acerca de una posible relación del artista con este grupo letraherido y, aunque al principio nuestro interlocutor no pareció establecer ningún tipo de asociación, una llama de inteligencia pareció encender sus ojos grises: “C´est clair...¡Les machines!”.

Tras espantar al chino de la tragaperras con sus gritos Lemoine comenzó a tirar del hilo. Durante aquellos años que pasó en Barcelona, Picabia había desarrollado buena parte de sus obras mecanomórficas, una suerte de máquinas pintadas o artefactos imposibles claves en su producción y en la historia del movimiento dadá. Para el historiador francés estos cuadros podrían ser en realidad las maquetas de una serie de obras mecánicas que nunca habrían llegado a construirse, aunque existen pruebas en su correspondencia de que había estado trabajando en ellas en colaboración de un grupo de artesanos locales que había conocido a través de "Colossus" (¿Arthur Cravan?). Así, en una carta dirigida al galerista Dalmau fechada a finales de 1916 comentaba entusiásticamente su trabajo, dejándose fotografiar con un prototipo. A partir de ese momento las referencias a su trabajo son escasas -no así a la vida nocturna del Barrio Chino- hasta que las cartas mencionan algún tipo de incidente o robo (“la trahison misérable!”) previo a una exposición del artista. (ver catalogo de la exposición retrospectiva dedicada al artista celebrada en las salas Pablo Ruiz Picasso de Madrid en 1985).

Picabia con un prototipo


Aunque Picabia abandonó pronto Barcelona, no olvidaría aquel percance nunca aclarado suficientemente, de ahí el amargo comentario que dedicó a la ciudad en el primer número de su revista 391 que editó en Nueva York, en el que tras lamentar la poco diligente actuación de una administración “menos desprovista de vigilantes que de vigilancia” carga contra la ciudad que le había acogido durante aquellos años: Como toda ciudad de mala vida, Barcelona está llena de ladillas y de intelectuales “ruines”, que aquí son de sangre fría y prefieren el onanismo a la violación; la mugre, al baño; el juego sutil de las insinuaciones contradictorias, a la afirmación peligrosa... (“Barcelone” en 391 nº5. NY, 1917).

Según la correspondencia que venimos manteniendo desde entonces con Sébastien Lemoine y el profesor Gundamiën, creemos que esos intelectuales “ruines” a los que se refiere Picabia son los mismos “roïns homenots” que aparecen en el poema de la mujer de Juliette Roche y que habrían ayudado al artista a ensamblar sus máquinas hasta la misteriosa desaparición de éstas. Se abren así nuevos interrogantes en esta búsqueda: ¿qué fue finalmente de las máquinas de Picabia?, ¿qué papel jugaron los “roïns homenots” en su desaparición?, ¿existe alguna relación entre esta intrigante colla y los “affreux bonshommes”?. Y Carla Bodoni... ¿tendrá algo que ver en todo este asunto?

Il n´est pas donné à tout le monde d´aller à Barcelone


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Un extraño documento...

14 de febrero de 2010

Hace apenas unos días, a propósito de la presentación en sociedad de nuestra tarjeta de visita, recibimos un enigmático comentario por parte de nuestro amigo Henry Gundamiën. El catedrático de literatura cortesana en la l’Université Nouveau de Paris nos informaba de la existencia de un extraño documento gráfico que casualmente había descubierto mientras fatigaba su polvorienta biblioteca. Intrigados por este hallazgo nos pusimos de inmediato en contacto con la fundación rara avis a la cual pertenece el ilustre polígrafo para que desde allí nos facilitasen más infomación al respecto. Mientras todo esto sucedía, todavía estábamos lejos de imaginar la magnitud del hallazgo de Monsieur Gundamiën, el cual reproducimos a continuación:

Dada nº7. París, marzo 1920. Cortesía de Fundación rara avis.


Parece ser que en 1920 (fecha en la que se publica este número de la revista Dada) Francis Picabia todavía hacía referencia a la existencia de unos "affreux bonshommes". Tal vez esto no le diga nada a usted, querido lector, sin embargo concédanos un momento más antes de iniciar su sesión de spotify para explicar el origen de nuestra perplejidad. Como bien sabe -y si no lo sabe se lo decimos- siempre hemos situado uno de los momento fundacionales de este proyecto en la extraña clave que creíamos observar en el cuadro de Fantin-Latour "Coin de table" (1872), también conocido como "les affreux bonshommes", cuya traducción vendría a ser algo así como "Tipos Infames". Existen pocos documentos sobre esta peculiar murga literaria, que tuvo entre sus miembros a Arthur Rimabud y Paul Verlaine, pero según todos los indicios esta agrupación se habría disuelto poco después de la violenta pelea que enfrentó a ambos poetas en el verano de 1873.

beber licores fuertes como metal fundido


Se trata de sólo una hipótesis, pero el documento que Gundamiën ha puesto a nuestra disposición podría demostrar que "les affreux bonshommes" sobrevivieron a aquella legendaria trifulca y continuaron su actividad hasta la fecha en que Picabia redacta su texto para la revista de Tristan Tzara. Espoleados por la curiosidad decidimos ponernos en contacto con el único hombre que podría ayudarnos a resolver este enigma...


continuará (o no, pero yo creo que sí...)


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Tras los pasos de Carla Bodoni

25 de diciembre de 2009
Raymond Roussel: si no existió, había que inventarlo


Los infames miembros del cenáculo, crueles cancerberos que con altanería resuelven qué libros deben acceder al parnaso literario, ejercen su poder en las sombras, embozando sus rostros ante una opinión pública que, con su indudable sabiduría, no dudaría en reprobar tan vil acometer.

Podría estar hablando de los tipos infames, pero no.

En realidad tales palabras corresponden a la última columna que El Duende de Carrere y Aragón escribió para el semanario Mundo Gráfico en 1917. En ella, el castizo plumilla trataba de desenmascarar la existencia de un inquietante cenáculo conocido como el Club del Expurgo, cuyos miembros entregarían a las llamas las obras colocadas por su dictamen bajo el signo de Némesis, paso previo a su completa desaparición. Y hablando de desapariciones... nunca llegaron a esclarecerse los hechos que condujeron al citado cronista a arrojarse desde lo alto del Viaducto madrileño. ¿Qué había detrás de todo esto?.

Intrigados por la existencia de este grupúsculo purista, decidimos subir las escaleras de la Biblioteca Nacional para consultar las actas de dicha organización que, según recientes informaciones, debía albergar tan docta casa gracias a la donación de un misteioso particular. Tras una larga y penosa gestión y a la intercesión de la conservadora jefe pudimos al fin acceder a la documentación del club, cuya negra mano se rastrea tras la desaparición de la obra de algunos de los más conocidos escritores de nuestros días como Juan Cruz, Almudena Grandes, Juan José Millás o el ínclito eyaculador interior conocido como Fernández Sánchez Dragó, quien ostenta el dudoso record de manuscritos expurgados por la organización, entre los que se encontrarían obras como Las Españas de mis abencerrajes, España y gesta: communis opinio, Dragonatarum hispánicas, numantina y bella España o El año que me follé a España, obras sin duda destinadas a corregir el errático rumbo de las letras patrias.

Sobrecogidos y excitados a un mismo tiempo fatigamos las actas y demás documentación para comprobar la ramificación internacional de los expurgadores, quienes habrían venido atentando en diferentes países y en diferentes épocas desde que el místico Diego Torres Villarroel viera desaparecer sus memorias allá por el dieciocho. ¿Quiénes eran estos justicieros amigos de lo ajeno, capaces de desafiar las leyes de los hombres para evitar que nefandos textos vieran la luz?. Apuntamos las antiguas coordenadas y tras ver sus correspondencias actuales nos dirigimos a la calle del rollo donde, según nuestros cálculos, debía estar situada la sede del Club del Expurgo.
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retablo de imposturas


Bajamos por la calle Segovia, la misma que vió el último vuelo del duende de Carrere y Aragón, y tomamos la calle del Rollo para iniciar la búsqueda. Tras comprobar la ausencia de una placa municipal iniciamos un interrogatorio entre porteros, loteras desdentadas y alguna esquinera madrugadora y gracias a las indicaciones de un cartero nos dirigimos a una tabernilla en donde, según él, se reunen a diario unos tipos muy raritos. Cuando atravesamos la puerta del abisal tugurio, la aguardentosa presencia del camarero gallego es la única que encontramos. Agotados y sin esperanza pedimos algo de beber antes de reparar en una mesa con evidentes signos de haber estado ocupada recientemente como delatan las colillas todavía humeantes y las consumiciones sin apurar. Sobre la mesa, una foto de Arturo Pérez-Reverte y un artículo en el que anunciaba la próxima publicación de Asedio, la nueva descarga de testiculina y floretes del esclarecido cartagenero que amenaza, según su autor, con superar a todas sus obras anteriores. Tras un intercambio cómplice de miradas los infames nos abrazamos ante la atónita mirada del propietario del bar. No es tarde todavía...


¡voto a bríos! ¿donde coño está mi libro?


Quien quiera saber más sobre el Club del Expurgo, encontrar el ejemplar del Ulysses en el que figura el acróstico "James Joyce es un hijo de puta encantador", conocer la existencia de un ismo ramoniano perdido o en que demonios consiste la labor de un creador de autores bajo demanda, sólo tiene que hacerse con Rara Avis (Montesinos), el delirante artefacto de Ignacio Caballero y Blanca Gago. Se lo están perdiendo.


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