Oh, hermoso país, el de los horizontes espaciosos, el del ambarino oleaje del trigo, ¿existe otro lugar en el mundo donde la gente rica y poderosa haya costeado y soportado tanta arquitectura que tanto detesta como el que abarcan nuestras benditas fronteras? Lo dudo mucho.
Los nuevos ricos americanos se encontraban al borde del autismo sensorial sometidos a la dictadura de conceptos como la luz pura, la blancura, la magrura, la albura, la hartura... ¡una auténtica locura, vaya!. Los ricos se encontraban viviendo en edificios en los que era imposible vivir... ¡y que aun encima habían pagado ellos mismos!. Además si trataban de dotar con una nota de color o buscar una mayor comodidad en sus hogares con mullidos cojines de colores o cálidas alfombras se arriesgaban a que el arquitecto, enfurecido, les sometiera a una filípica calvinista y les arrebatara aquellos objetos. Para Wolfe la relación entre arquitecto y cliente se había vuelto excéntrica y perversa en los EEUU. En el pasado, los que encargaban y financiaban palacios, bibliotecas, universidades, museos o ministerios lo hacían con la intención de ofrecer una imagen de su propia gloria y el arquitecto obedecía sin chistar... faltaría más. En la actualidad los plutócratas de nuestro tiempo o presidentes de consejos de administración se sometían a la voluntad del arquitecto como ante un navajero de arrabal. ¿Cómo se había llegado hasta ese punto? Bueno... de eso precisamente trata “¿Quién teme al Bauhaus feroz?”.
El olimpo
Para Wolfe la culpa de esto la tenían aquellos arquitectos, artistas y diseñadores que habían venido desde Europa, enemigos declarados de la comodidad y el color, que trajeron el mensaje del arte moderno desde el otro lado del Atlántico. El advenimiento de los arquitectos europeos era como una mala película en la que los exploradores blancos que se adentran en la selva son confundidos por dioses por los aborígenes. Estos “dioses blancos” tenían nombres tan fascinantes como Gropius, Mies, Le Corbusier y Oud, mientras que el pobrecito de Frank Lloyd Wrihgt era relegados a mera nota al pie de página en las universidades. Universidades en las que el estudio de la arquitectura ya no era tanto el adquirir unos conocimientos técnicos como el ingresar en un movimiento, en un cenáculo (ésa es la palabra, sí). Y si los estudiantes tenían que gastar sus escasos medios en adquirir una silla Barcelona o lámparas termoiónicas para ingresar en la tribu... pues se hacía y punto.
62.23% tónica + 32.54% ginebra (menos es más!)+ 1.12% limón=...
Así, se dio la paradoja de que en la Babilonia del Capitalismo sería donde mejor iba a calar el mensaje progresista de la Bauhaus, si bien despojado, desnatado, de cuestiones tan inoportunas como el lugar de la clase trabajadora, la vivienda obrera o el socialismo (¿socialismo? ¿de qué coño me habla, joven?).
Bueno, ahora sólo falta que el señor Herralde nos haga caso...
Anagrama, bauhaus, Tom Wolfe
Son ustedes muy grandes, Infames.
Han conseguido (porque han sido ustedes, está claro) la reedición de los que para mí son los dos mejores ensayos de Wolfe.
Porque no sólo está el fantástico "Quién teme a la Bauhaus feroz", sino también el divertidísimo "La palabra pintada".
Dos textos tan reaccionarios como necesarios. ¡Basta ya de regalar esas ediciones yankis en paperback que había que conseguir por Internet!
Estimado caballero,
Desempolve su traje blanco, ha llegado el momento de salir a patear las escuálidas posaderas de la modernez con nuestros zapatos italianos.
vive la réaction!