La epopeya del fracaso cotidiano

23 de febrero de 2009
"The easter parade", el título original de "Las hermanas Grimes"

Todos podemos tener un mal día y un escritor genial puede pasar completamente desapercibido y casi olvidado para la posteridad. Los dos términos de la comparación no son del todo equiparables, porque el hecho de que ayer pasara un terrible día en el trabajo es bastante frecuente, y a todos nos pasa, pero que el nombre de un escritor de la talla de Richard Yates fuera hasta hace poco absolutamente desconocido no suele suceder. Después de recomendar 'Vía Revolucionaria' (Alfaguara, 2008) y haber insistido en las muchas virtudes del novelista (no sólo una , sino dos, tres, cuatro, y hasta cinco veces), hemos vuelto a sentir esa misma necesidad tras la lectura de 'Las hermanas Grimes' (Alfaguara, 2009).

Siempre me he preguntado por las posibles razones de este injustificado pasar por alto a Richard Yates. Porque ni siquiera en el momento de su publicación, allá por 1961, tuvo el éxito esperado. Incluso siendo finalista del Premio Nacional de Literatura de ese año junto a 'Trampa 22' de Joseph Heller . En fin, pocas ventas —de nuevo— para otra estupenda novela, que enseguida se convirtió en una especie de libro de culto para novelistas como Thomas Pynchon, Kurt Vonnegut o Richard Ford.

Su olvido es consecuencia inevitable de la suerte de su propia obra en vida. En primer lugar, considero una anécdota reveladora el hecho de que sus relatos fueran (casi) sistemáticamente rechazados en el New Yorker por considerarlos (ahí es nada!) "demasiado crueles". Pero, además, porque el hecho de ser considerado un "escritor de escritores" no es del todo una fortuna para el autor, es decir, que los editores no se pelean por tu obra en esos casos.

Aclararé que desconozco la situación editorial y lectora al respecto en EEUU, pero el olvido de Richard Yates aquí es equiparable al de otros autores de su quinta como Harold Brodkey o James Salter , dos autores maravillosos que parecen estar esperando, perdón por la exageración, su adaptación cinematográfica para volverse a dar a conocer. Obviando las fechas de nacimiento, que no terminan de crear "generaciones" por sí solas, Richard Yates comparte imaginario e inquietudes comunes con John Updike, Raymond Carver o Richard Ford, pero sobre todo con dos de mis escritores preferidos: John Cheever y Francis Scott Fitzgerald, a quien Yates parecía admirar encima de todo. En ese ámbito de la literatura norteamericana de su tiempo puede que su lúcido y tristísimo realismo no encontrara su merecido lugar entre la experimentación de algunos de sus contemporáneos; Yates fue un escritor que tuvo sus escarceos con la oscuridad de la enfermedad mental y terminó completamente alcoholizado al final de su vida, pero que supo ver desde su pesimismo al ser humano y a la sociedad americana con una claridad temible y cruel para los demás y sus ilusiones.

Con Scott Fitzgerald comparte esa ruinosa poética del fracaso en el que las historias deben contarse junto a un precipicio, y preferiblemente con alcohol en el vaso; suponiendo entonces que cuanto más cercanos nos encontremos a ese peligro, guardando esa mínima distancia catártica que nos permita vernos reflejados y aún así disfrutar, más hermoso será el libro que leemos.

Y sin concesión alguna, obviedades, ni falsas esperanzas uno empieza a leer la primera frase de 'Las hermanas Grimes': "Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres".

Richard Yates desconfía por principio del ser humano y de su suerte, lo cree condenado irremediablemente a la soledad. Así el destino de Sarah y Emily Grimes, igual que el del matrimonio Wheeler en 'Vía revolucionaria' no deparará ninguna sorpresa final. Cualquier intento de alcanzar un happy ending después de esa frase inicial y lapidaria, convertiría la novela en un intento nada veraz por hallar una endeble esperanza.

Cuando Richard Yates podía pasar por ser un joven soñador (o tampoco?)

Sarah y Emily Grimes tienen el Paraíso perdido de antemano, pero aún así se empeñan en soñar, en negar todo aquello que pueda parecer una sombra de mediocridad en su vida, y en tropezar una y otra vez, siempre con una copa en la mano, al dirigirse hacia aquello en lo que cada una ponga sus esperanzas (el matrimonio, el trabajo, el amor, la independencia, los hijos...). Entre la crueldad del inicio y el desengaño y el desconcierto ante la vida del final (que termina con una frase durísima y hermosa que he estado tentado de citar), la novela avanza lentamente, de forma aparentemente simple, sin que podamos dejar de leerla o tragar saliva.

Pocos tienen la capacidad de Yates para profundizar en el alma humana con esa tranquilidad de quien lo da todo por perdido, saber ahondar en la vida para calibrar el dolor de los desengaños y la devastación del amor.

Este artículo tampoco tendrá un final feliz, y en cuanto lo termine acudiré al minibar y pondré algún disco triste, quizá 'Lady in satin' de Billie Holiday , pero antes un par de dolorosas verdades de Richard Yates sobre la vida y la novela:

"Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia".

"Prefiero ese tipo de historia en que se deja al lector pensando ¿quién tiene la culpa?, hasta que empieza a darse cuenta de que él mismo (el lector) debe asumir parte de la responsabilidad porque es humano y por tanto infinitamente falible."

Publicado en soitu.es (21-2-09)


, ,