Trastornados

18 de octubre de 2009
Thomas Bernhard

Uno de nosotros empieza a leer 'Trastorno' de Thomas Bernhard. A mí me parece una estupenda noticia, no? Y aunque tengo bastante reciente su lectura y el recuerdo de cierta sensación abismal y la palabra y el pensamiento despiadados, lo cierto es que siento algo de envidia: uno puede releer las veces que quiera un mismo libro, pero nunca podrá sentir el vértigo del primer descubrimiento.

Esta novela deslumbra y ensombrece a partes iguales. Es imposible sentirse a salvo de su lectura, inevitable quedar tocado de algún modo. Pero es bueno dejar a un lado las novedades de portadas relucientes y pasar el domingo encerrado junto a un libro así. Aunque otros pudieran pensar lo contrario, y alertaran contra las consecuencias de su lectura, ya que al parecer cuando un joven Javier Marías, trastornado tras la lectura de la novela en una traducción francesa, presentó este libro para su publicación siendo miembro del consejo asesor de Alfaguara, la editorial se negó a ello alegando poco menos que la lectura de 'Trastorno' incitaba al suicidio. Por suerte, el encargado de realizar una segunda lectura, y que se convertiría en el traductor "oficial" de Bernhard al castellano (y biógrafo y etcétera), Miguel Sáenz, se dió cuenta de la importancia de un texto como éste y de la necesidad de publicarlo.

Todo aquello debió suceder en torno a1978 (seguramente uno o dos años antes), cuando apareció la primera edición de 'Trastorno' , gracias a la traducción de Sáenz, que se ha encargado también de la traducción del último inédito de Bernhard, 'Mis premios' (Alianza), y a la insistencia de Marías, sin la cual no hubiera tenido lugar aquella necesaria segunda lectura.

Pero me hace gracia saber que pudieran alegarse motivos tan desalentadores y enfermizos para rechazar un libro, que casi podrían parecer hoy día muy al contrario una inequívoca marca de interés, ya que la mayor alegría que en ocasiones pueden producirnos algunos de los libros que tan a gusto se publican y tan bien se venden es dejarlos a medias, cuanto antes mejor, felices por sentir que su autor no va a hacernos perder más tiempo. (Del resto de libros, aquellos que saben que lo politicamente correcto no es un valor literario, nos gusta ocuparnos.)

"El estaba acostumbrado, dijo, pero a mí podía trastornarme e inducirme a
reflexiones perjudiciales
; precisamente yo, en su opinión, tendía siempre a dejarme trastornar por todo y por todos, de una forma que me hacía daño."


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Tom Rath, Frank Wheeler y Dan Dreper

10 de mayo de 2009
Ser igual que tu vecino y tener que sonreír

Tom Rath, el primero de la lista de nombres propios del encabezamiento, es el protagonista de la novela 'El hombre del traje gris', de Sloam Wilson, publicada en 1955 y ahora "rescatada" por Libros del Asteroide. Un norteamericano de los años cincuenta, veterano de la 2ª Guerra Mundial, convertido en un hombre de clase media-alta con una vida similar a la de sus vecinos, cuyas bonitas casas unifamiliares en las afueras y el corte de sus trajes son completamente iguales a los suyos. Tom parece disfrutar de una vida feliz, casado con una mujer que le quiere y que siempre tiene preparada una copa a su llegada, tres hijos y un sueldo más que razonable. Podría suponerse que alguien en su situación no querría pedirle más a la vida: una vida de medio-confort y felicidad-estandard es mucho más de lo que algunos tienen, pero a Tom Rath no le gusta su trabajo, se siente abducido por el empleo en una gran corporación, obligado a cargar con ello como un mal menor, casi necesario y absolutamente moderno: cómo encontrar el verdadero sentido a su trabajo y a su vida en la ajetreada sociedad moderna, existen otras posibilidades distintas a la que él (y sus vecinos) ha tomado?

Mientras esperamos poder leer dentro de (muy) poco esta novela (sale a la venta mañana día 11) nos dedicamos a imaginar algunos de sus posibles vecinos del barrio residencial, otros "hombres de traje gris", que a pesar de compartir un mismo problema existencial no se confiarían entre ellos sus angustias con la misma facilidad y familiaridad de vecinos con la que comparten sus muebles-bar.

Dan Dreper, que bien pudiera vivir dos o tres casas más allá de la de la familia Rath, trabaja en la agencia neoyorquina de publicidad Sterling Cooper, y es el personaje protagonista en 'Mad Men', la exitosa serie norteamericana que en la actualidad retoma las sombras de aquellos "hombres de traje gris" cuyas vidas transcurrían por inercia entre la oficina y el hogar familiar en los prósperos suburbios de los años cincuenta. Rodrigo Fresán, en el suplemento Radar Libros de Página12, aprovecha la figura de Dan Dreper (encarnado por el actor Jon Hamm) para recordar a algunos escritores (muy del gusto del argentino) que han creado personajes similares -sus vecinos existenciales-, novelistas que han sabido retratar ese infierno que algunos creyeron equivocadamente que podría ser el paraíso.

"Así, Draper vuelve todas las noches a casa en tren con un whisky o dos de más y el cartel de la estación en la que se baja anuncia que estamos en Ossining: el mismo suburbio residencial en el que, por entonces, vivía un escritor llamado John Cheever." -dice Fresán-.

Las grietas del Sueño Norteamericano y sus grises exploradores fichan a su hora y saludan a sus vecinos con desgana (es decir, cumplen con la tarea asignada) en las narraciones de John Cheever, John Updike, John O'Hara -autor de 'Cita en Samarra' (Lumen, 2009)- y Richard Yates, creador de otro vecino de la urbanización que bebe lo mismo y besa igual a su esposa, la hermosa April: Frank Wheller vive con su mujer y sus dos hijos en su bonita casa de Revolucionary Road, y de su trabajo no obtiene más que el sueldo para poder mantener su nivel de vida, pero...y qué? Eso no es lo que había soñado, es un hombre gris que a pesar de todo parece obligado a sonreír.

P.D. por cierto, si queréis saber que pinta Miles Davis entre los habitantes de este imaginario vecindario y sus escritores, os recomendamos que leáis completo el artículo de Fresán.

P.D. un último olvido!: otro hombre con traje gris.


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Del asesinato considerado como una de las bellas artes

7 de abril de 2009
Quienes conozcan la existencia de la Sociedad para el Fomento del Vicio, en la que todos hemos hecho méritos en alguna ocasión para tratar de formar parte, seguramente hayan tenido noticia de las actividades de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos —que no de incentivo del mismo—.

Fue dada a conocer por Thomas De Quincey en un artículo cuyo título hemos tomado prestado para bautizar el nuestro, y en cual hacía públicas sus secretas, morbosas y estéticas actividades con la virtuosa intención de hacerla desaparecer. Gracias a la conferencia con la que el novelista inglés pudo hacerse y logró publicar, supimos que dicha organización se dedicaba, sin ánimo de lucro, al estudio minucioso de las posibilidades del asesinato, construyendo con ello una historiografía de la muerte en manos ajenas. Sus miembros practicaban, temo decir que casi con devoción, la admiración estética por toda clase de derramamiento de sangre en el que brillara el ingenio y el gusto artístico.

Nada más lejos de nuestra intención que alabar dichos comportamientos, pero pensando en el éxtasis sexual como en una pequeña muerte durante la cual desaparecen las limitaciones de la carne y la discontinuidad entre los seres participantes del jolgorio amoroso, podrían encontrarse ciertas similitudes entre el calor que conserva un cuerpo después de hacer el amor y el que desprende, poco a poco, y hasta desaparecer, la víctima de una buena novela negra. Si algún día se hicieran públicas las actas de los sucesivos congresos de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos, seguro que encontramos estudios al respecto. Pero lo que es seguro es que al igual que uno pude hacer el amor de forma chapucera y neutra, o convertir ese deseo en una actividad merecedora de formar parte del programa de alguna asignatura de la licenciatura de Historia del Arte, algunos han visto en el arte de blandir el puñal y desenfundar la pistola toda una virtud.

Todas estas afirmaciones —absolutamente execrables desde el punto de vista moral— no son en absoluto gratuitas, sino que tienen su raíz en una noticia editorial que bien podría encontrar su origen en el texto de De Quincey , 'Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes', publicado originariamente en la primera mitad del siglo XIX, y que demostraría que la pretensión del escritor inglés de disolver silenciosamente la Sociedad a la que hace referencia fue un intento fallido, porque hasta hoy día siguen apareciendo rastros de su actividad.

Portada y contra de "El destripador"

La posible pista sobre la continuidad de su labor nos la proporciona la editorial Errata Naturae al publicar un hermoso y terrible libro: 'El destripador'. Su autor, Robert Desnos , quien fuera profeta del sueño surrealista, atraído irresistiblemente por todas las desviaciones de la conducta humana y por un brutal crimen en el Saint-Denis de los años 20, se dedica a analizar los crímenes atribuidos a Jack el Destripador en las calles del Londres victoriano de hace décadas.

Seducido por el horror, describe una a una las víctimas del asesino con un lenguaje de forense terriblemente conmovedor. La frialdad de los hechos, contrasta poéticamente con la ternura de los cuerpos aún calientes, en los cuales aún puede rastrearse la belleza de ciertas posturas similares a las del sueño o los arabescos que el cruel Jack dibuja con su arma en el cuerpo de las víctimas, al igual que un artista firma en la esquina de sus lienzos.

Los datos más escalofriantes consiguen llenar estas páginas de Desnos de una rara emoción, de cierto lirismo teñido del escarlata brillante de la sangre derramada sobre el gris de las calles londinenses. Bajo su supuesta apariencia de 'gentleman' de cuidado aspecto y buenos modales, se oculta un genial asesino de inusitada destreza, conocedor de la anatomía humana de forma similar a la que un 'maître d’hôtel' despieza un pollo asado: Jack el Destripador tarda tan sólo dos segundos en cortar el cuello de su víctima, cinco minutos en darle al crimen todo su horror, y luego apenas un instante para contemplar su obra antes de irse.

Robert Desnos, aún con las legañas del sueño poético

Las ilustraciones que David Sánchez ha hecho de las mujeres acuchilladas y destripadas convierten este libro en pieza de estudio y disfrute de los miembros de la Sociedad de Entendidos en Materia de Asesinatos, de la cual bien podría formar parte el anónimo personaje que Robert Desnos conocerá al final del libro tras un encuentro inesperado y maravilloso, tan del gusto surrealista: "Las extrañas revelaciones hechas a París-Matinal por un amigo de Jack el Destripador".

Sin duda, esta Sociedad que considera ciertos asesinatos un arte y hace de su estudio una ciencia debe seguir reuniéndose en algún sótano anónimo para hablar de sus monomanías mientras beben siniestros licores y se recomiendan alguna que otra novela negra. Si alguno de sus miembros suele leer nuestros artículos, no quiero perder la oportunidad de aconsejarles también la lectura de la última novela publicada por el esteta John Banville bajo su pseudónimo de acción, Benjamin Black . 'El lémur' (Alfaguara, 2009), sin ser una novela sometida al género detectivesco, está concebida para encantar y para enganchar al lector por su lenguaje y desde el momento en que el joven genio informático que ha sido contratado para investigar el pasado de William Mulholland, "el gran Bill", con el fin de recabar información para una biografía, aparece muerto: un disparo de Beretta en el ojo que consigue revolver el pasado.

Publicado en soitu.es (5-4-09)


[Esta inmensa reproducción de la portada de "El destripador" de Robert Desnos, con ilustración de David Sánchez, se desplegó en pleno centro de la ciudad. Tan sólo duró unas horas, pero si a alguien le interesan las razones de su instalación, más artísticas que mercantiles y publicitarias, podéis enteraros aquí. Y así, de paso, recomendamos la bitácora de los editores de Errata Naturae: Irene Antón y Rubén Hernández.]

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Banville versus Black

23 de marzo de 2009
Tras Benjamin Black se esconde John Banville (o era al revés?)

Imaginemos que un tal Benjamin Black se inventa un autor de novela y firma todos sus libros como John Banville sin que nadie lo sepa. Hasta aquí es sencillo. Luego, tras varias novelas y muchos reconocimientos, B. B. decide darle la vuelta a las cartas que ha jugado. Pero entonces encuentra una mascarada aún más divertida (y retorcida): volver a ser J.B. y escribir tal y como hubiera deseado hacer la primera vez que se puso delante de un papel en blanco, pero diciendo que realmente él es quien dice haber sido, inventándose un pseudónimo de autor de novelas negras: John Banville.

Les pedí imaginación y esto ha terminado convertido en un lío padre de nombres y autores: ¿quién es de verdad y quién es heterónimo? Pues vaya usted a saber. Y qué más da! "Lo cierto es que apenas necesitamos de un atisbo de la realidad. La imaginación hace el resto." (dice John Banville por boca de Benjamin Black o B.B. haciéndose pasar de nuevo por J.B.) De hecho, en la misma entrevista que cualquiera de los dos concedió a Rodrigo Fresán, queriendo decir algo divertido volvió a despertar nuestras dudas: "En mis pesadillas veo un diccionario de escritores editado en 2080 donde en la entrada de John Banville se lee: «'Banville, John': ver 'Black, Benjamin'»"

De todo lo anterior hagan el favor de hacernos ni caso, tómenlo como "jeremíadas escritas con una elevada dosis de pasión" (pág. 18) y nada más. Bueno sí, lean la entrevista de Fresán y la reseña de Mercedes Monmany. La única verdad es que hoy he empezado a leer "El lémur" (Alfaguara, 2009) de B.B. (o de J.B.).

Absorbente. Inteligente. Y elegante. Ahí van dos de mis subrayados (de momento):

"Llevaba además unos leggings a franjas blancas y grises, horizontales, que a él le hicieron pensar con total incongruencia en la catedral de Siena."

"Ojalá, se dijo, se vistiera. Necesitaba pensar con suma precisión, decidir qué debía decirle y, mucho más importante, qué era lo que no debía decirle de ninguna manera, y su desnudez era una fuente de distracción. Cuando aún era un adolescente en Dublín sólo de ver un pezón se le ponían las gónadas como los tambores giratorios de una máquina tragaperras."



Pero ahí no se acaban las noticias. Acabamos de enterarnos de que Andrés Neuman ha ganado en XII Premio Alfaguara de Novela. El jurado, presidido por Luis Goytisolo y formado por Julio Ortega, Ana Clavel, Ignacio Polanco, Gonzalo Suárez, Juan González y Carlos Franz, ha considerado a la novela "El viajero del siglo" -de entre los 523 manuscritos enviados desde España y Latinoamérica- ganadora de esta convocatoria: con una dotación económica muy importante (de muchas cifras) y la publicación de la novela en Alfaguara para el mes de mayo.

Poco sabemos -de momento- sobre la novela. Tan sólo lo que podemos encontrar en la página de la editorial: "El viajero del siglo es un ambicioso experimento. Propone volver a mirar el siglo XIX con la perspectiva del XXI. Buscando una posada para pasar la noche, Hans detiene su coche de caballos en Wandernburgo, una ciudad entre Sajonia y Prusia. Se queda un día más y, al siguiente en la Plaza del Mercado, se fija en un anciano que toca el organillo.
Emocionado por la música, se acerca a dejarle una propina y a conversar con él. Pronto entablan amistad y la estancia de Hans se alarga indefinidamente. En una recepción de personalidades y familias importantes, conoce a unos apasionados contertulios y, sobre todo, a Sophie, la hija de uno de ellos. Aunque la joven está comprometida, surge el amor al que amenaza un enmascarado asesino que ronda la ciudad.
El viajero del siglo es un diálogo entre la Europa de la Restauración y los planteamientos de la Unión Europea; entre la educación sentimental actual y sus orígenes, entre la novela clásica y la narrativa moderna. Comparando el pasado y nuestro presente global, el relato analiza los conflictos actuales: la emigración, el multiculturalismo, las diferencias lingüísticas, la emancipación femenina y la transformación de los roles de género. Todo ello en un intenso argumento, no exento de intriga y humor, y con un estilo rompedor que ofrece a tan profundos asuntos un sorprendente cauce."
Leeremos la novela en cuanto caiga en nuestras manos. Y entonces pasaremos a informarles al respecto.

P.D. y ya que hablamos al principio de Benjamin Black y de John Banville, diremos para terminar que Andrés Neuman presentó su manuscrito bajo el pseudónimo de Von Stadler.


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La epopeya del fracaso cotidiano

23 de febrero de 2009
"The easter parade", el título original de "Las hermanas Grimes"

Todos podemos tener un mal día y un escritor genial puede pasar completamente desapercibido y casi olvidado para la posteridad. Los dos términos de la comparación no son del todo equiparables, porque el hecho de que ayer pasara un terrible día en el trabajo es bastante frecuente, y a todos nos pasa, pero que el nombre de un escritor de la talla de Richard Yates fuera hasta hace poco absolutamente desconocido no suele suceder. Después de recomendar 'Vía Revolucionaria' (Alfaguara, 2008) y haber insistido en las muchas virtudes del novelista (no sólo una , sino dos, tres, cuatro, y hasta cinco veces), hemos vuelto a sentir esa misma necesidad tras la lectura de 'Las hermanas Grimes' (Alfaguara, 2009).

Siempre me he preguntado por las posibles razones de este injustificado pasar por alto a Richard Yates. Porque ni siquiera en el momento de su publicación, allá por 1961, tuvo el éxito esperado. Incluso siendo finalista del Premio Nacional de Literatura de ese año junto a 'Trampa 22' de Joseph Heller . En fin, pocas ventas —de nuevo— para otra estupenda novela, que enseguida se convirtió en una especie de libro de culto para novelistas como Thomas Pynchon, Kurt Vonnegut o Richard Ford.

Su olvido es consecuencia inevitable de la suerte de su propia obra en vida. En primer lugar, considero una anécdota reveladora el hecho de que sus relatos fueran (casi) sistemáticamente rechazados en el New Yorker por considerarlos (ahí es nada!) "demasiado crueles". Pero, además, porque el hecho de ser considerado un "escritor de escritores" no es del todo una fortuna para el autor, es decir, que los editores no se pelean por tu obra en esos casos.

Aclararé que desconozco la situación editorial y lectora al respecto en EEUU, pero el olvido de Richard Yates aquí es equiparable al de otros autores de su quinta como Harold Brodkey o James Salter , dos autores maravillosos que parecen estar esperando, perdón por la exageración, su adaptación cinematográfica para volverse a dar a conocer. Obviando las fechas de nacimiento, que no terminan de crear "generaciones" por sí solas, Richard Yates comparte imaginario e inquietudes comunes con John Updike, Raymond Carver o Richard Ford, pero sobre todo con dos de mis escritores preferidos: John Cheever y Francis Scott Fitzgerald, a quien Yates parecía admirar encima de todo. En ese ámbito de la literatura norteamericana de su tiempo puede que su lúcido y tristísimo realismo no encontrara su merecido lugar entre la experimentación de algunos de sus contemporáneos; Yates fue un escritor que tuvo sus escarceos con la oscuridad de la enfermedad mental y terminó completamente alcoholizado al final de su vida, pero que supo ver desde su pesimismo al ser humano y a la sociedad americana con una claridad temible y cruel para los demás y sus ilusiones.

Con Scott Fitzgerald comparte esa ruinosa poética del fracaso en el que las historias deben contarse junto a un precipicio, y preferiblemente con alcohol en el vaso; suponiendo entonces que cuanto más cercanos nos encontremos a ese peligro, guardando esa mínima distancia catártica que nos permita vernos reflejados y aún así disfrutar, más hermoso será el libro que leemos.

Y sin concesión alguna, obviedades, ni falsas esperanzas uno empieza a leer la primera frase de 'Las hermanas Grimes': "Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz, y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres".

Richard Yates desconfía por principio del ser humano y de su suerte, lo cree condenado irremediablemente a la soledad. Así el destino de Sarah y Emily Grimes, igual que el del matrimonio Wheeler en 'Vía revolucionaria' no deparará ninguna sorpresa final. Cualquier intento de alcanzar un happy ending después de esa frase inicial y lapidaria, convertiría la novela en un intento nada veraz por hallar una endeble esperanza.

Cuando Richard Yates podía pasar por ser un joven soñador (o tampoco?)

Sarah y Emily Grimes tienen el Paraíso perdido de antemano, pero aún así se empeñan en soñar, en negar todo aquello que pueda parecer una sombra de mediocridad en su vida, y en tropezar una y otra vez, siempre con una copa en la mano, al dirigirse hacia aquello en lo que cada una ponga sus esperanzas (el matrimonio, el trabajo, el amor, la independencia, los hijos...). Entre la crueldad del inicio y el desengaño y el desconcierto ante la vida del final (que termina con una frase durísima y hermosa que he estado tentado de citar), la novela avanza lentamente, de forma aparentemente simple, sin que podamos dejar de leerla o tragar saliva.

Pocos tienen la capacidad de Yates para profundizar en el alma humana con esa tranquilidad de quien lo da todo por perdido, saber ahondar en la vida para calibrar el dolor de los desengaños y la devastación del amor.

Este artículo tampoco tendrá un final feliz, y en cuanto lo termine acudiré al minibar y pondré algún disco triste, quizá 'Lady in satin' de Billie Holiday , pero antes un par de dolorosas verdades de Richard Yates sobre la vida y la novela:

"Si en mi obra hay un tema, sospecho que es uno simple: que la mayor parte de los seres humanos están irremediablemente solos, ahí es donde reside la tragedia".

"Prefiero ese tipo de historia en que se deja al lector pensando ¿quién tiene la culpa?, hasta que empieza a darse cuenta de que él mismo (el lector) debe asumir parte de la responsabilidad porque es humano y por tanto infinitamente falible."

Publicado en soitu.es (21-2-09)


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Papeles inesperados de Julio Cortázar

8 de febrero de 2009


Este jueves conocimos la noticia gracias a El País: "el 23 de diciemre de 2006, Aurora Berárdez, viuda, albacea y heredera universal del autor argentino de 86 años, y Carlos Álvarez, estudioso y loco cortazariano" encontraron una cómoda cuyos cinco cajones estaban repletos de textos inéditos ( y seudoinéditos) de Julio Cortázar. "El resultado será, en mayo, un libro impagable y de inevitable título, Papeles inesperados, que editará Alfaguara y cuyas credenciales son un festín de auténtico cronopio: 11 relatos nunca incluidos en obra alguna, un capítulo inédito de Libro de manuel, 11 nuevos episodios del personaje que protagonizó Un tal Lucas, cuatro autoentrevistas, 13 poemas inéditos... En total, un volumen de unas 450 páginas, muchísimas inéditas."
Podéis leer la noticia completa ("Los últimos papeles de Cortázar" de Carles Geli) aquí.

Julio Cortázar "escoltado" por las Benemérita


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Richard Yates

22 de enero de 2009
Richard Yates. Sin más.

He insistido tanto en la calidad e sabiduría de las novelas de Richard Yates. He alabado tanto su magnífica tristeza y he repetido tantas veces que todo el mundo debería leer sus libros ( "Vía Revolucionaria" y "Las hermanas Grimes" ) que lamento tener que volver a intentarlo hoy para poder lograrlo algún día, aunque sea por otros medios y mediante otras voces: podéis leer algunas reseñas que en los últimos días han aparecido en la prensa:

Sara Brito en Público: La pesadilla americana de Richard Yates

Javier Aparicio Maydeu en Babelia: Un ácido retrato social

Barbara Probst Solomon en El País; Vía Revolucionaria

Mientras esperamos poder añadir más (quien sepa algo que nos avise, por favor), las últimas palabras, como en otras muchas ocasiones, son de Rodrigo Fresán: "Richard Yates es el gran escritor de la tristeza norteamericana. No hay nadie más triste que él. Ni siquiera Fitzgerald es tan triste como Yates. Hay en sus libros una inconfundible calidad -una de las muchas y tan ambiguas formas de la felicidad- a la hora de retratar la tristeza."


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Distópica madre Rusia

21 de septiembre de 2008

Sylvia Vivanco, la ilustradora "del partido"

Andrey Komyaga es uno de los hombres más poderosos de Rusia. La orden a la que sirve garantiza la seguridad y la inviolabilidad del territorio de la Madre Rusia, y limpia a conciencia la sociedad para eliminar los restos impuros e infieles con la Patria. Ellos han devuelto al país la gloria y el esplendor de tiempos pasados. Su cometido es uno de los más importantes para asegurar la estabilidad, y consiste en tareas tales como asesinatos, violaciones, robos, asaltos, estafas, chantajes, sobornos… Andrey Komyaga es un oprichnik, y en estos tiempos (corre el año 2027), eso significa que el país entero está a sus pies y nada podrá detenerle.

Es lo que podemos leer en 'El día del oprichnik', de Vladimir Sorokin, editada en nuestro país por Alfaguara. En ella asistimos a un día en la vida de Andrey Komyaga, perteneciente a la Oprihcnina, la antigua orden de Guardias Personales que instauró Iván el Terrible. En el segundo cuarto del siglo XXI, Rusia se ha aislado de Occidente mediante una Gran Muralla en los Urales y se ha volcado en sus tiempos de nación imperial, volviendo a la época de los zares y los popes ortodoxos. La Oprichnina resurge con ellos como símbolo de fortaleza patriótica. Los caballos negros que antes cabalgaran se han convertido ahora en lujosos Mercedes de ese color; los sables, en pistolas y metralletas; los gabanes, en trajes de alta costura.

Atrás quedan los líderes comunistas, atrás los intentos de democracia: la Nueva Rusia se ha configurado como una monarquía absoluta en la que el dirigente conocido como Soberano (no, no se confundan, que esto es serio) gobierna paternalmente y vela desde la cúspide por el bienestar de sus ciudadanos. Los oprichniks eliminan cualquier reducto de oposición al régimen y, ya de paso, aprovechan su posición de intocables para hacer lo que quieren con el país.

La figura de los oprichniks, una mezcla de Guardia Pretoriana y Mafia, ha inspirado a algunos de los máximos creadores rusos. Tchaikovsky les dedicó una de sus óperas y S. M. Eisenstein los retrata en su célebre filme sobre el reinado de Iván el Terrible. A Vladimir Sorokin le sirven de excusa para imaginar un futuro cercano en el que los peores temores sobre el devenir de la Rusia actual se han hecho realidad. La sociedad de Andrey Komyaga es una sociedad fanática, que desdeña cualquier producto que no provenga de Rusia; una sociedad hipócrita, capaz de prohibir las palabras malsonantes pero de legalizar el consumo de drogas. Y lo más estremecedor de este relato en primera persona es que Andrey Komyaga está convencido de que sus crímenes están justificados y de que él está purificando Rusia cuando no hace más que ocuparse de los trapos sucios del Soberano y perpetuarle en el poder.

odiado por Putin

¿Qué tiene Rusia que es capaz de inspirar las mejores fantasías distópicas de la historia de la novela? Porque bien es sabido que George Orwell no hizo sino imaginar lo que sería la URSS cuarenta años en el futuro cuando escribió su archicélebre '1984'. Y menos sabido, pero no menos cierto, es que lo que Orwell fue capaz de entrever del régimen stalinista ya lo vieron antes que él, en 1921. En ese año, Yevgueni Zamiatin publica 'Nosotros', inspirado directamente de sus vivencias personales bajo los primeros años de stalinismo. 'Nosotros' (Akal, 2008) es un retrato de una sociedad ultra totalitaria en la que los ciudadanos visten con uniformes, viven sincronizados en un plan horario impuesto por el Estado Único y han reglamentado todo, desde las horas de sueño que hay que cumplir a la burocracia que hay que rellenar para mantener relaciones sexuales. 'Nosotros', como '1984', eleva el régimen comunista a una escala planetaria, convirtiéndose así en una fábula, algo naif pero muy efectiva, de los peligros del colectivismo y la racionalidad excesiva.

Otra enemiga declarada del bolchevismo y de todo lo que huela, aunque levemente, a marxista es Ayn Rand, la filósofa objetivista que emigró a Estados Unidos desde Rusia en los años 20. La primera novela que publicó esta escritora fue 'Los que vivimos', que recoge en forma de novela las experiencias de Rand en la sociedad rusa postrevolucionaria; 'Himno' (también conocida como 'Vivir') será su modesta aportación al género distópico, donde esas experiencias se convierten en juegos simbólicos con la lucha del colectivismo social contra la libertad individual. Todo ello para darnos la lección, un poco en el tono que usaría una institutriz exigente, de que los intentos de socialismo fracasarán frente a la resistencia que opone cualquier individuo, precisamente porque la esencia del hombre es esa individualidad libre e imparable. Pero, mientras que Rand insiste en la dualidad individuo-colectividad, Orwell y Zamiatin supieron ver algo mucho más estremecedor: que las cualidades más oscuras de la conciencia humana, por muy individual que sea, pueden utilizarse para conformar sistemas políticos terroríficamente verosímiles.

Iván, más Terrible que nunca

Todas estas novelas forman un hilo conductor que nos llevan, de nuevo, a 'El día del oprichnik'. Sorokin no pierde de vista la herencia que le dejan los autores anteriores pero prefiere ceñirse a un solo régimen (el ruso) e ignorar lo que sucede en el resto del mundo del año 2027. A Sorokin le atraen menos las construcciones ficticias del 'futuro que no debería ser' que buscar la sombra de su propia sociedad en una de dentro de treinta años. Así, los elementos superficiales con los que construye su novela no son para nada originales: la idea del regreso de los zares como salvación de Rusia es una vieja ilusión tan manida que hasta Frederick Forsyth recurrió a ella , y los elementos que Sorokin ha extraído del cyberpunk, como las drogas de diseño o los injertos cibernéticos corporales, se delatan a sí mismos en descripciones en las que el autor utiliza el propio adjetivo de… 'cyberpunk'. Su retrato de un modo de vida moderno pierde mucha verosimilitud por culpa de ese cóctel mal mezclado. Pero Sorokin podría no andar tan desencaminado en sus elucubraciones.

La crítica que más favor le ha hecho a Vladimir Sorokin no es la de esos exagerados que le encumbran al puesto de Gran Escritor Ruso, sino la de su tocayo Vladimir Putin, que no ha dudado en hacerle la vida imposible desde que se dio por aludido en sus escritos. Nadie puede negarle a Sorokin el mérito de saber provocar y meter el dedo en la llaga. El tiempo dirá si su distopía consigue el objetivo para el que fue creado este género literario: anticipar un futuro inevitable a tiempo de permitirnos virar y escapar de él. Nosotros, visto lo visto y por si acaso, ya estamos preparando el vodka para brindar con los oprichniks.

(Artículo de Carlos Serrano Nouaille, lector incansable y, en contra de lo que se dice, Infame sólo a tiempo parcial)

Publicado en soitu.es (16-09-2008)

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