Donde dije "digo", digo "Diego"

18 de abril de 2009
Gide dibujando billetes falsos de 50 euros

Realizar una buena traducción es realmente complicado. Hoy, que desperté un poco pesimista, diría que es casi imposible. En esta labor de 'interpretación' y 'manipulación' de textos ajenos de la que tanto dependemos los lectores, se debe establecer una especie de negociación entre ambos idiomas, con el traductor como mediador, quien tendrá que hacer 'hablar' al texto original en otro idioma. Aún siendo 'imposible', una buena traducción será aquella en la que —aunque no puedan ganar todos— ninguna de las partes implicadas sienta que haya perdido. Ciertamente, se trata de "decir casi lo mismo", tal y como titula Umberto Eco su libro sobre el trabajo de traducción y sus propias experiencias en el campo.

Al igual que poniendo a dos pianistas frente a la misma partitura se escucharían dos versiones distintas (esa misma distancia puede apreciarse años después en el mismo intérprete, como en el conocido caso de Glenn Gould sentado en la misma silla, pero interpretando las 'Variaciones Goldberg' en 1955 y en 1981) sucederá algo parecido cuando pasado el tiempo volvamos a empezar a leer alguna de las novelas más conocidas, pero en una nueva traducción. Ésta ha sido nuestra tarea de la última semana.

Si alguien se atreve aún a entrar en una librería, tendrá que enfrentarse en primer lugar a grandes pilas de libros firmados por presentadores de la tele, pero si contiene su primer impulso de salir de ahí y resiste un poco, podrá encontrar algunas novedades que presentan un texto prácticamente nuevo basado en una reciente traducción.

"Ha llegado el momento de pensar que oigo pasos por el corredor", se dijo
Bernard.

"Buen momento para pensar que estoy oyendo a alguien andar por el
pasillo", se dijo Bernard.

La primera de las frases corresponde al inicio de una de las novelas canónicas del siglo XX tal y como la leímos todos aquellos que no estábamos preparados para leer en francés 'Les faux-monnayeurs', de André Gide, traducida entonces por Agustín Caballero Robredo como 'Los monederos falsos'. La otra traducción es obra de María Teresa Gallego Urrutia, y la acaba presentar la editorial Alba con un título también nuevo: 'Los falsificadores de moneda' (Alba, 2009). La diferencia para algunos será demasiado sutil o simplemente les parecerá igual, pero nosotros pensamos que siendo el contenido el mismo, ya que existe un texto original como referente, la forma de expresarlo puede convertir el nuevo texto en una obra mejor, como creemos que es el caso. Que las ediciones anteriores de la obra estuvieran descatalogadas convierte a esta nueva edición en imprescindible: una de nuestras novelas favoritas, constantemente citada como una de las cumbres narrativas del siglo pasado, que hemos tenido la inmensa fortuna de poder volver a leer con la misma devoción que hace años, pero con el valor añadido de una estupenda traducción.

Gesto agrio y cabeza genial: Poe

Una de las efemérides literarias más citadas en lo que va de año es la del segundo centenario del nacimiento de Edgar Allan Poe. Y se han sucedido las ediciones de sus cuentos en editoriales como Páginas de Espuma, Augur o Edhasa... todas ellas con la traducción ya 'clásica' de Julio Cortázar, uno de sus más dignos y reconocidos herederos. Pero nadie parece haberse hecho eco en este caso de la siempre citada necesidad de revisar las traducciones de los textos clásicos, y de que la labor realizada por Cortázar, aunque muy buena, tiene más de 50 años. Si fuéramos de los que piensan mal (y acertaríamos, concluiría mi abuela) haríamos asomar la posibilidad de que se tratara de un caso —también clásico— de comodidad editorial (aunque la edición de Páginas de Espuma tiene en su caso el valor añadido de contar con un pequeño prólogo en cada cuento a cargo de un reconocido escritor). Aprovechando todo el revuelo editorial que se ha levantado nadie parecía dispuesto a levantar la mano y opinar lo contrario... ¿Nadie? ¡No! Una pequeña editorial asentada en Oviedo resiste a base de muy cuidadas ediciones de textos necesarios y autores imprescindibles: en el catálogo de KRK encontramos a Sterne, Iván Turguénev, Boleslav Prus, Ramón Pérez de Ayala, Piotr Alexéivich Kropotkin, Samuel Johnson, E.T.A. Hoffmann... listado al que acaba de sumarse el señor Poe.

'Cuatro cuentos. Manuscrito encontrado en una botella. El hombre que se gastó. La caída de la casa Usher. William Wilson' (KRK, 2009) presenta cuatro de sus piezas más (re)conocidas, "cuatro deslumbramientos" como señala el prologuista Ricardo Menéndez Salmón (y dos de los cuentos de Poe que a mí más me gustan, por si a alguien pudiera interesarle este dato), en una nueva y muy buena traducción a cargo de Jaime Priede. Así que ahora paso las tardes disfrutando de estos cuatro cuentos 'casi nuevos', comparándolos inevitablemente (y por diversión) con los de mi viejo ejemplar de los cuentos de Poe, porque al igual que KRK sentía que lo que necesitaba no era un volumen más nuevo con el texto de siempre, sino los cuentos que ya conocía, pero leídos desde otro punto de vista.

Dos amigotes comparten su vida en la carretera

El último de los casos es algo distinto. 'En el camino' de Jack Kerouac siempre ha sido uno de los libros que pensé que necesitaban una nueva traducción. No critico por ello la labor de Martín Lendínez (su primer traductor para Anagrama), pero se trata de la traducción, hace ahora 20 años, de un libro con una importante carga de terminología jergal que parecía hacerlo envejecer de forma prematura. Por eso es muy bien recibida la nueva traducción de Jesús Zulaika, que ahora pasa a titularse de forma más acertada 'En la carretera' (Anagrama, 2009), y que cuenta con el interés añadido de tratarse del texto 'original', es decir, el del famoso rollo mecanografiado que Kerouac escribió del tirón y que años después tuvo que recortar, y casi escribir de nuevo, para lograr que se publicara.

De hecho, nada más empezar a leer esta 'novela de culto', encontramos enseguida las primeras diferencias: la vida en la carretera de Sal Paradise, que aquí vuelve a llamarse por fin Jack Kerouac, empieza con la aparición de Neal Cassady —que tampoco se esconde en la novela tras el nombre de ficción de Dean Moriarty—, pero ésta sucede no después de la separación del narrador con su mujer, sino tras la muerte del padre. Este es sólo un ejemplo, porque también en el texto original (aunque con el mal menor que supone toda traducción) podemos sentir mejor ese fraseo desenfrenado y bebop del que siempre se habla al referirse a la prosa del santurrón de los hipsters, repeticiones voluntarias, fragmentos eliminados... Algo parecido a esta renovación beat es la que promete también Anagrama para el próximo año, cuando publique los cuentos de Raymond Carver sin los cambios y cortes a los que los sometió su editor Gordon Lish: se anuncian no sólo finales distintos o completamente mutilados, sino también un serio cambio de estilo, al parecer no tan minimalista y frío, que quizá no sea del gusto de los muchos seguidores del norteamericano.

Y yo que siempre dije que nunca volvería a leer esta novela, estoy volviendo a sentir (como cuando tuve 20 años) ese entusiasmo casi eufórico hacia las cosas que encontramos en el camino y las que nos quedan aún por adelante. De hecho, ahora que he vuelto a poner un disco en el que George Shearing toca el piano... ¡increíble!... estoy convencido de terminar las 30 páginas que me quedan del libro en apenas un suspiro. Entonces, y sólo entonces, seguiré buscando nuevas traducciones para poder volver a leer de nuevo otras novelas ya conocidas.

Publicado en soitu.es (15-4-09)


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